¿Nos importa la tragedia de otros?

Columnista invitado EE
01 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Por Erick Behar Villegas

La historia colombiana está plagada de tragedias, unas más silenciosas que otras. Unas llegan a las altas esferas de la visibilidad mediática, pero no tanto como drama familiar, sino como una seca noticia que puede venir del deseo de hundir a los demás.

Cuando hablo de tragedias, no solo me refiero a magnicidios y desastres naturales, sino también a persecuciones silenciosas amparadas en grandes discursos y ambiciones personales. Si partimos del significado de tragedia para la Grecia antigua, nos encontramos con poemas imbuidos de drama. Aquí abundan esas narrativas silenciosas. Cada una tendrá su alcance. Pero, ignorando el interior de cada persona que la vive, nunca podremos decir con certeza qué tan fuerte es, a menos que preguntemos y nos interesemos por los demás. Un poco más de empatía y conciencia le puede ayudar a esta sociedad colombiana.

Si recordamos el pensamiento del llamado “padre” de la economía clásica, Adam Smith, es curioso ver cómo pasó del optimismo al pesimismo sobre el ser humano. En su primera obra, Teoría de los sentimientos morales (1759), plasmó una visión de la empatía en la que el ser humano ayuda a otros y deriva placer y felicidad por hacerlo. Luego, en 1776, con La riqueza de las naciones, le dio más importancia al interés personal como el motor que nos mueve.

Su diagnóstico sobre el interés personal puede servir para entender por qué aquí nos interesa más hundir a otros que comprender su situación. Esta falta de comprensión está atada quizá a la falta de empatía y al impulso para juzgar. Es más fácil no pensar, agredir y opinar de manera relativamente anónima, que entrar a preguntarse qué puede hacer uno para mejorar su entorno y, quizá, para entender a los demás. Les daré un ejemplo.

Hace poco hubo bombos y platillos porque el criterio de un sociólogo sirvió para sancionar a uno de los funcionarios que más saben de transporte en Colombia. Sin entrar en los pormenores y, con el aprecio que le tengo a la sociología habiéndola estudiado durante un tiempo en Alemania, me impresiona cómo se usan los discursos y eufemismos para hundir a otras personas. No sé si somos conscientes de que espantar a buenos funcionarios es el camino ideal para acabar con el Estado colombiano, aquel que tanto deificamos cuando enseñamos a otras generaciones la importancia de las instituciones. En el sentido antiguo, para mí, esta es la narrativa que esconde pequeños dramas personales que elegimos ignorar.

Y hay miles y miles de dramas silenciosos, en donde no nos importa si las acusaciones generan crisis psicológicas en los hijos, si acusar sin saber quizá resulte en enfermedades, si lo que se dice es cierto u obedece a intereses extraños que años después se destapan.

Una sociedad más sana existe cuando la opinión personal no es sustituida por el banal y anónimo criterio digital público. Cuando la opinión personal se forja desde el “no comer cuento”, pensando en distintas versiones, somos menos proclives a dejarnos manipular por personas que tienen intereses, por ejemplo, electorales, bajo discursos atractivos.

Hagamos el experimento: vayamos más allá y preguntémonos por las silenciosas y trágicas dimensiones de los problemas de los demás, así no los conozcamos.

@erickbehar

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