Nuestra “casa común”

Rodrigo Uprimny
10 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

A propósito de la visita del papa Francisco, y por recomendación de algunos colegas ecologistas, decidí leer su encíclica “Laudato Si”. Confieso que inicié la tarea con prevención pues no soy creyente y tengo profundas discrepancias con la Iglesia Católica en ciertos temas, pero quedé maravillado por el texto, tanto por su metodología como por su contenido.

Metodológicamente el papa no habla sólo a los católicos o a los cristianos sino también a quienes profesan otras religiones o son ateos o agnósticos. Habla a la humanidad entera, o como él dice, a todos quienes ocupamos esta “casa común”, que es la tierra. Y por ello, a pesar de que el capítulo 2 es teológico y parece relevante sólo a los cristianos, el resto de la encíclica usa un lenguaje científico y ético que permite un diálogo más universal. El papa Francisco recoge en cierta forma los planteamientos de Habermas, en su controversia con Ratzinger, el anterior papa, cuando el filósofo alemán señaló que en una democracia laica los creyentes pueden proponer que sus tesis religiosas sean adoptadas por el Estado, pero siempre y cuando las planteen en una forma secular, que permita su discusión pública también por aquellos que no comparten su visión religiosa. Y precisamente el papa se esfuerza (a diferencia de otros líderes políticorreligiosos) por traducir su visión religiosa sobre el desarrollo y el ambiente a formas y argumentos seculares que permitan un diálogo universal.

El contenido de la encíclica es igualmente poderoso. Luego de mostrar, con la mejor evidencia científica, las dimensiones de la crisis ambiental y sus efectos desproporcionados sobre los más pobres, el papa se interroga sobre las raíces de esta crisis y las encuentra en un consumismo y un antropocentrismo desbordados, asociados a un modelo globalizado de crecimiento incesante, insensible a las restricciones ecológicas y a las desigualdades sociales. La crisis ambiental es entonces para el papa una crisis igualmente social y ética pues deriva de una visión de sometimiento tecnológico de la naturaleza, que hoy es insostenible. Y por ello la solución que propone es igualmente social y ética: una “invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso”, lo cual implica la adopción de una “ecología integral”, fundada en el bien común y en la justicia intergeneracional. Y el método que plantea para alcanzar esa solución es profundamente democrático: el diálogo, no sólo a nivel global sino también local, no sólo entre las ciencias y las religiones sino también entre la política, la ética y la economía.

Muchas cosas que dice esta encíclica no son nuevas y no comparto algunos de sus planteamientos, como su rechazo al control de la natalidad, que resulta incomprensible en una perspectiva ecológica. Pero es un libro potente, especialmente por quien lo escribe. Agradezco al papa Francisco que haya puesto su poderosa voz al servicio de la necesaria búsqueda de una nueva visión del desarrollo que respete nuestra “casa común” y permita que en ella convivamos en equidad creyentes y no creyentes.

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

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