Nuestra derecha criolla

Santiago Gamboa
21 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

El país más poblado de Sudamérica, Brasil, continúa en manos de un exmilitar fascista, Jair Bolsonaro, que ya interviene en las ferias del libro de su país (lo hizo hace poco en Río) con una especie de “policía de la moral” que retira de las estanterías los libros contrarios a sus principios. Es xenófobo, racista, ultracristiano, revisionista de los crímenes de los ejércitos golpistas latinoamericanos y se pasa por la faja las preocupaciones ambientalistas y el cambio climático. Todo, ante la mirada sorprendida y expectante de sus vecinos, que aún no saben cuál debe ser la distancia de seguridad para mantener relaciones cordiales con alguien tan esperpéntico, pero que al fin y al cabo está a la cabeza de la principal economía de la región y del país en el que viven el 50 % de los habitantes del sur del continente.

En Colombia, la derecha de Álvaro Uribe y el subpresidente Iván Duque cuida un poco más las formas, aunque con ideas parecidas. En concreto, la nostálgica idea de regresar el país al pasado. ¿A cuál pasado? A los años 80 que fueron una época de intensa lucha antiguerrillera, con el país bajo una ley marcial que daba amplios poderes al gobierno y un Estatuto de Seguridad que permitía moldear la sociedad, recortando todo lo que oliera a progresismo o a izquierda. Una melancólica utopía que, como la de Bolsonaro, no se sitúa en el futuro. Está en la dirección contraria. Por eso en nuestro continente la nostalgia es de derecha.

Estos dos ejemplos de derechas latinoamericanas, sin embargo, provienen de situaciones diferentes. Bolsonaro es hijo de la América Latina golpista de los años 70 y del caudillismo regional de la Escuela de las Américas, ese viejo poder militar tutelado por Washington, unido al catolicismo conservador, que dejó una estela de violencia social, guerras civiles y “desaparecidos” a lo largo del continente. La colombiana es algo distinta. El país no tuvo nunca un golpe militar comparable y por eso la nuestra proviene de otra vertiente: la lucha antiguerrillera y las políticas intervencionistas de Estados Unidos. Una línea ideológica conservadora que se fue radicalizando hasta que, con los grupos paramilitares, pasó a la acción clandestina y al intento de control, desde ahí, de amplios sectores del Congreso y el poder político. El bagaje ideológico de Uribe no tiene mayor complejidad. Proviene de la “doctrina Bush” posterior al derribo de las Torres Gemelas y consiste en considerar terrorista a cualquier enemigo del Estado. Uribe copió esa fórmula y la trasplantó a Colombia. Y así, para su gobierno, las Farc pasaron a ser sólo un grupo terrorista. E incluso ordenó eliminar la palabra “conflicto” del lenguaje oficial, cambiándolo por “país bajo amenaza terrorista”.

Nuestra derecha es así, pero yo me pregunto: ¿tendremos alguna vez una derecha ilustrada, como la de Francia o Alemania, que proviene de la lucha antifascista? Es una utopía, pues mientras prevalezca la desigualdad educativa y de oportunidades en la región, y mientras los más ruidosos representantes de la izquierda latinoamericana sean también esperpentos como Maduro y Ortega, será difícil hacer que la rueda civilizadora y humanista llegue a la política de este continente.

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