En una grata conversación con el inolvidable investigador Lacydes Moreno Blanco, nuestra más grande autoridad en cocina, este se lamentaba de la actitud inexcusablemente ingrata que nuestro país ha asumido con Haití, una de las naciones precursoras de la libertad en el continente. La ingratitud es la conjunción del olvido y el desprecio. Es mostrar desafección e indiferencia hacia las necesidades de quien nos ha brindado ayuda en el pasado.
Durante el gobierno del presidente Alejandro Petión, este proporcionó un apoyo decisivo para reemprender nuestra gesta emancipadora. En 1816 el gobierno haitiano contribuyó con embarcaciones, miles de fusiles con sus bayonetas, pertrechos, imprentas y una importante suma de dinero. El apoyo incluyó la mediación misma en las desavenencias internas de las principales figuras de la causa libertadora. Narra el historiador Antonio Cacua Prada cómo el presidente Petión intervino, a petición de Bolívar, para frenar las pretensiones del corsario Luis Aury, quien quería apropiarse de cuatro goletas de la Unión Granadina en pago por los servicios prestados a los cartageneros que huían de la reconquista española. Petión forzó a Aury a devolver, por su voluntad o por la fuerza, la goleta Constitución y pagó al francés los gastos invertidos en esa embarcación.
No solo Colombia ha sido ingrata con los haitianos. Su exitosa lucha contra los poderes coloniales y la esclavitud, como su inesperado triunfo, fueron impensables para Francia y para Occidente. En consecuencia, su independencia fue considerada parte de una oblicua historia médica pues era la victoria de la “enfermedad”. Para aislarla y evitar su diseminación, Haití fue sometida a un prolongado bloqueo por Estados Unidos y otras naciones durante gran parte del siglo XIX. A pesar de toda la ayuda del gobierno de Haití en favor de nuestra causa, Colombia contribuyó a ese aislamiento.
Como lo ha dicho el antropólogo haitiano Michel Trouillot, el silenciamiento de la revolución haitiana es solo un capítulo en la narrativa de la dominación global. ¡Cómo estos rústicos esclavos pudieron derrotar al eficiente y civilizado ejército napoleónico? Según Trouillot, el silencio general de la historiografía occidental acerca de la revolución haitiana se fundamenta originalmente en la incapacidad de expresar lo impensable. Con el tiempo el destino de Haití estuvo ligado a su propio ostracismo y el país derivó hacia un creciente deterioro económico, institucional y ambiental.
Al sobrevolar la frontera con República Dominicana, el viajero puede distinguir desde el avión la línea que un gigantesco cuchillo ha trazado entre la verde vegetación de este país y la tierra deforestada de color ocre que caracteriza a Haití. Ello no es el resultado de una distribución natural. En los tiempos de la dictadura de los Duvalier, Papa Doc ordenó la deforestación sistemática de sus bosques para evitar que los movimientos subversivos que surgían en la región pudiesen encontrar las condiciones favorables para desarrollar su lucha armada.
Muchos colombianos desconocen la inmensa deuda que tenemos con Haití. Ingrato es, decía Séneca, “quien niega el beneficio recibido, quien solo lo reconoce en privado, más ingrato es quien no lo devuelve y mucho más ingrato, quien se olvida de él”.