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Nuestras armas secretas

Hernando Gómez Buendía
07 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

El punto es obvio, pero es definitivo: una pandemia es sobre todo una carrera contra el tiempo.

El coronavirus tiene unos efectos naturales implacables, y las matemáticas se encargan de que el contagio se expanda con gran velocidad. A falta de remedios o vacunas, las medidas que tienen que adoptarse son demasiado traumáticas o costosas para poder mantenerlas más allá de unos días.

Por esa simple razón, el virus lleva las de ganar la carrera contra la humanidad. También por eso el problema angustioso para todos los países es reducir al mínimo las muertes y los daños sociales y económicos mientras llegan los remedios o vacunas.

Pero la capacidad de los países para aguantar esta carrera es muy distinta, y por eso cada uno tiene o tendría que jugar sus cartas de una manera distinta y aun en medio de este mar de incertidumbres.

Los dos caminos o escenarios básicos están bastante claros:

—El virus ganará la carrera con muy pocos obstáculos en los países más pobres y con menos Estado; salvo que el virus se debilite por sí solo o que medien razones climáticas desconocidas, la naturaleza seguirá su curso hasta que la pandemia se extinga por sí sola.

—Los países industrializados están jugando una carta muy distinta: están comprando tiempo. Compraron tiempo al comienzo para aumentar su capacidad hospitalaria, y ahora están tratando de ganarlo mediante una apertura “inteligente”, es decir, con herramientas de testeo y de control focalizado e inmediato. Además de lo cual, por supuesto, estos países tenían más recursos para asumir el costo de la cuarentena y serán los primero en tener las vacunas.

Pero esos dos escenarios inerciales pueden cambiar de manera sustantiva debido a dos factores simples y sin embargo sumamente poderosos: el tiempo que hayan perdido o pierdan los gobernantes y la disponibilidad de una herramienta muy eficaz y de muy bajo costo.

—Lo que tienen en común Italia, España, Estados Unidos, Brasil, México y otros países de alta mortalidad es la demora, cuando no la resistencia, de los gobernantes al tomar las costosas medidas sanitarias; en la carrera contra el tiempo cuenta cada minuto.

—Las medidas eficaces y baratas para frenar la pandemia son el lavado de manos, el tapabocas y el mantener la distancia posible con otras personas; cada contagio que se evite disminuye en proporción geométrica (exponencial o, más exactamente, logística) la extensión de la pandemia. Por eso los países pobres no están del todo en manos de la naturaleza: están en manos de sus ciudadanos.

Colombia tuvo la ventaja de unas semanas de preaviso y una respuesta más bien rápida de las autoridades. Este tiempo se usó, sin mucho éxito, para buscar ventiladores y pruebas de laboratorio: estamos lejos de los países industrializados.

Por eso, en la medida en que la cuarentena se nos vuelve más y más insostenible, quedaremos más y más en manos de los ciudadanos.

* Director de la revista digital “Razón Pública”.

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