Nuestro teatro de títeres

Arturo Guerrero
17 de mayo de 2019 - 06:30 a. m.

Hay un gran titiritero, que no solo tiene entre cuerdas al primer mandatario. También organiza meticulosamente todo un tinglado de muñecos. En cada momento oportuno jala de un hilo y la respectiva figurilla abre su boca de madera articulada, para babear la pócima necesaria.

El país es un gran teatro y allá arriba en el escenario se juega una dramaturgia artera. El objetivo escondido es que cunda el desasosiego entre el respetable público. Detrás del tinglado, a todo lo alto y ancho, se abre una pantalla que amplifica caras y voces.

Es necesario que en todo el territorio se transmita en vivo y en directo, en diferido y comentado, cada mueca de cada marioneta. La gran pantalla es la gran difusora del nerviosismo. Muerde las neuronas de los ciudadanos, sin importar que estos se escondan o se concentren en sus asuntos. A cada cual le llega su dosis de desolación.

La vía directa al terror colectivo es la confusión general. Nadie sabe a qué atenerse, que la noche nos coja confesados, qué va a ser de nuestros hijos. El digitador de cuerdas es diestro en enredos, al fin y al cabo él sabe que los hilos gustan de cruzarse y formar nudos gordianos. No gordos, gordianos, indesatables.

El texto del drama, de la tragedia, es cuidado con lupa. Cada figurante pronuncia palabras premeditadas con cuidado estoico. Estas vuelan como flechas a los oídos que tiemblan y se incrustan en las mentes inermes. Si uno de ellos había sido ridiculizado por hablar de “trizas”, otro retoma el sustantivo, le da vuelta de 180 ° y lo aplica contra sus adversarios acusándolos de “trizar” las instituciones.

Las actrices se encargan de elevar la voz para llamar “presidente” al encopetado dueño del mundo y para diagnosticar la cantidad de vasos de agua que se vuelven veneno. Mueven sus melenas de fique, desencajan las mandíbulas, cumplen con la histeria conferida a su género por los guionistas masculinos.

Ante el grueso número de muñecos, podría dudarse de que un titiritero solitario diera abasto con la obra total. Tendría que ser un genio del horror, un manipulador demente, ávido de poder absoluto. Es bien probable, entonces, que el libretista sea un equipo, como es usual en las atroces series medievales de Netflix. Cada capítulo está a cargo de un cerebro, en carrera de relevos.

El gran dramaturgo, así, no está solo. Reclutó a decenas, centenas de asesores, formateados en los tanques de pensamiento que los sembradores de pesadillas fundaron por todo el mundo. Cuenta, cómo no, con inagotable financiación internacional de los poderosos que quieren hacer del planeta su campo de golf y de los habitantes sus caddies.

De modo que Colombia lleva nueve meses y diez días transformada en teatro de marionetas lamentable. No hay día en que la función se detenga. Cada acto hace más aguda la trifulca de los bandos. Porque para vencer hay que dividir y para dividir hay que inyectar desconcierto. Reina un gran desorden bajo los cielos.

arturoguerreror@gmail.com

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar