A mano alzada

Nueva misión: lo imaginable y lo inimaginable

Fernando Barbosa
21 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

El Gobierno convocó a una segunda misión de sabios, la del Bicentenario, compuesta por 43 muy destacados miembros de la academia y cuyos frutos aspira recoger el presidente en el curso de los próximos diez meses.

El día de la inauguración, el mandatario, al referirse a la primera misión convocada en 1993, señaló que “muchas de [sus recomendaciones] fueron quizá tenidas en cuenta para elaborar grandes proyectos y otras, desafortunadamente, fueron olvidadas en los anaqueles u olvidadas sencillamente en el trajín de la cotidianidad de la administración pública”. Y algo similar anotó en su discurso el exrector de la Universdad Nacional Moisés Wasserman: “constituimos la segunda misión. La anterior, conformada por personalidades del mayor nivel intelectual, generó recomendaciones muy importantes que infortunadamente no llevamos a cabo. No nos puede pasar otra vez”.

La advertencia de los dos nos lleva a preguntarnos qué pudo conducir a tan pobres resultados.

Hace siglo y medio, Japón inició el más ambicioso proceso de modernización. Salía, atrasado, de 250 años de encierro y de aislamiento del mundo y quiso ponerse al día. Para resumir los hechos, formuló metas muy claras para poder alcanzar al primer mundo de entonces.

Por un lado, el artículo 5 del Gokajo no Goseimon (el solemne compromiso imperial en cinco artículos) del 6 de abril de 1868 decía: “el conocimiento se buscará por todo el mundo para que se promueva el bienestar del Imperio”.

De otra parte, se estableció el lema fukoku-kyôhei (enriquecer el país y fortalecer el ejército). Ahora, lo interesante es que esto, que pudo considerarse meramente enunciativo, pasó a la práctica con el establecimiento de la Iwakura kengai shisetsu, la célebre misión Iwakura de 1871 que llevó por el globo a más de un millar de japoneses del más alto nivel del sector público y del privado.

Los miembros que viajaron en ese entonces se encargaron de observar, investigar y reportar todo lo que se hacía en Occidente. El resultado no se quedó en las recomendaciones, pues el detalle minucioso de los hallazgos permitió su implementación. Ese conocimiento puesto en práctica hizo posible el enriquecimiento del país y la generación de los recursos necesarios para dotar al ejército que los defendería.

Casi un siglo después, Corea y China fijarían sus objetivos sobre metas definidas. Los coreanos se propusieron alcanzar a Japón en 100 años. Y los chinos hicieron lo propio señalando el año 2050 para convertirse en un país del primer orden, con una intención intermedia, la del xiaokang, es decir, ser una país de clase media en el 2020.

“Esta misión tiene que darnos a nosotros herramientas y además aspiraciones grandes”, son palabaras de Duque que resultan tan insuficientes como el objetivo que se le fija a la misión: el de “examinar… lo que hemos sido, lo que somos y lo que tenemos que ser en materia de ciencia, tecnología, ciencias humanas”.

La misión tendrá grandes dificultades si no logra dilucidar cuál es el país que se quiere construir. Tarea compleja en un mundo en el que a la ciencia, a la tecnología y a las ciencias humanas tienen que sumárseles, entre muchos temas, los sueños y lo inimaginable.

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