Nueve razones para marchar este jueves

Sergio Ocampo Madrid
18 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Voy a marchar el 21. Iré porque creo que va germinando un país diferente y quisiera contar al futuro que yo estuve ahí. ¿Será una patria mejor? Ojalá. Pero sí al menos una que no tiene miedo, o muestra menos temor que el que sufrían mis padres de trastocar ese ordenamiento binario de ser rico-pobre, conservador-liberal, blanco-negro, macho-hembra, católico-ateo; también, menos que el que tenía yo hace unos años por resentir que nací en una sociedad fallida, o al menos demasiado imperfecta, pero transigía con todo un orden de cosas absurdo que se volvió natural: siempre votar por la opción menos mala, o hacerlo en contra de alguien; tener que crecer en una ciudad donde los amigos y los conocidos vivían en una cuadrícula de unas 80 manzanas, y donde casi nunca se necesitaba pasar del centro hacia el sur; condenado a que todo lo bueno ya estuviera apropiado desde comienzos de siglo, de todos los siglos; de vivir en guerra y de que buscar la paz se volviera la peor de las guerras; de callar temeroso y esconder el asco ante la mentalidad traqueta; de admitir impotente la indolencia de quienes evaden la norma y encima se enojan cuando se los señalamos, y exigen respeto; de parar en las esquinas para que pasen primero los autos y caminar por la calle pues estos se estacionan sobre los andenes...

Hay un despertar de un país distinto, quizá menos horrible, que quiere liberarse de la atadura del miedo. Ser colombiano no es, como decía Borges, un acto de fe, sino un aprender a mirar de refilón los miedos, esquivarlos, sobreaguar en ellos. Lo de este jueves entonces puede tener un tono iniciático, porque es la marcha donde confluyen todos los miedos, pero también las desazones y, por qué no, las rabias, las nuevas y viejas. En verdad, espero que estas no desemboquen en destrozos, heridos y muertos.

Pero más allá de estas cosas superfluas, de entelequias pequeñoburguesas, voy a marchar por nueve razones concretas:

Una, me siento estafado con la forma en que me eligieron a este presidente, sacado del sombrero del mago, inventado de última hora, sin experiencia, bagaje ni autonomía de vuelo. Un ejercicio burdo de testaferrato que ni siquiera intentan matizar, y la burla de un megalómano pleno de odio y urgido de revancha con el gobierno anterior, que no tuvo escrúpulos para propalar el miedo con muchas mentiras y la reedición del viejo complot de la guerra fría.

Dos, no soportamos más líderes sociales ni indígenas asesinados, ni un gobierno perplejo cuya única estrategia es enviar más fusiles a las zonas donde están acabando con campesinos inermes. "Pueda ser que mi Dios nos acompañe y no haya más asesinatos (de líderes sociales) este año...", lo dijo el caído ministro de Defensa como la confesión más vergonzosa de su incompetencia.

Tres, no más a la paramilitarización de esta sociedad, que permeó la conciencia de todos al punto de que ya surgió un “grupo antidisturbios” de iniciativa privada para empezar a operar este jueves desde Medellín y apoyar a la Fuerza Pública en la contención de la marcha. Es la consagración de ese Estado paramilitar que empezó a gestarse hace 30 años y logró llevar al poder a Álvaro Uribe hace 17, en un experimento que se nutre de miedo, guerra y desconfianza. De la dispersión y el derecho a hacer justicia y cobrar revancha por la mano propia.

Cuatro, no más a un presidente mezquino, que subió para hacer trizas “ese acuerdo maldito”, como decía públicamente uno de los connotados de su propio grupo; no más emboscadas al proceso de paz, que está chapaleando en contra corriente y ahí va, a pesar de la sistemática embestida oficial.

Cinco, no más a un Duque oportunista que ataca la paz aquí y sale al exterior a arrogarse como suyo cada avance que aplaudan de afuera, o a aceptar cada dinero que quieran donar a la causa de la reconciliación colombiana.

Seis, no más a un gobierno incoherente y mezquino que fomentaba la protesta social e invitaba a marchar contra Santos porque estaba conduciendo mal el país, pero ahora, ya desde el gobierno, demoniza toda manifestación de inconformidad y apela una vez más al libreto del miedo y la farsa. “Es un complot del grupo de Sao Paulo para desestabilizar a los gobiernos de América Latina”, dijo el senador presidente. ¿Y lo de Bolivia también?

Siete, no más bombardeos sobre niños de 12, 13, 15 años. No más falacias de que eran alzados en armas, de que a cuántos habrían matado antes de morir. Si esos ocho niños eran guerrilleros hubo un Estado que falló para asegurarles alguna otra opción. Si no lo eran, hubo un Estado que solo pudo hacer presencia hacia ellos con bomba y metralla. El defensor caqueteño del Pueblo se reafirmó en que el Ejército sí estaba enterado de los ocho chicos en el campamento, y eso no detuvo la fumigación desde el cielo. No más doctrina a lo María Fernanda Cabal de que el Ejército es una fuerza de choque que entra disparando para después preguntar.

Ocho, no más “jugaditas” del partido de gobierno. No más viejas disfrazadas de monjas; no más personajes que quieren hacer trizas el maldito acuerdo por razones de alta moral, pero llevan 22 años esquivando a los tribunales para devolver a Ecopetrol las acciones conseguidas por medio del fraude. No más transigir mansamente con la sinonimia entre corrupción y política.

Nueve, no más esta locura delirante de un expresidente que se niega al retiro y pretende seguir imponiendo esas visiones perversas de subsidio a los pobres, y a los ricos exención de impuestos, de atizar la violencia para mantener el control, de equiparar fuerza con seguridad y de hacernos creer que sin él no hubiera existido la historia.

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