La Michelada

Nuquí, volver a la tierra del olvido

Michelle Arévalo Zuleta
29 de marzo de 2018 - 02:54 a. m.

El pacífico colombiano guarda entre la selva y el mar un tesoro natural olvidado por el Gobierno Nacional; un territorio desconocido e inexplorado para la mayoría de los colombianos, que rara vez volteamos la mirada al Chocó.

La primera vez que visité Nuquí fue buscando consuelo en el mar por la perdida de mi mamá. Pude encontrarme a mí misma en un escenario que me recordó que la vida cobra valor en los pequeños detalles. Por eso, esta mi segunda ida, confirmé aquel dicho que dice que uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida.

Desde el primer momento que visité Nuquí, descubrí que aquí el turismo está muy alejado de los restaurantes lujosos y los recreacionistas. La señal del celular rara vez entra, no hay televisión por cable en la mayoría de hoteles, mucho menos WiFi o aire acondicionado. Ir a Nuquí representó volver a lo básico, volver al olvido; a su vez, fue desprenderme de las arandelas que nos vamos poniendo con los años.

Para llegar a Nuquí tomé un avión, primero a Medellín desde Bogotá (ida y regreso $170.000 pesos), de Medellín a Nuquí son $143.000 cada trayecto, pero el viaje realmente empezó cuando tomé la avioneta con otras 15 personas. Es difícil no sentir algo de susto viajando en algo tan pequeño durante 50 minutos, donde cualquier leve movimiento se siente como estar en una montaña rusa. Sin embargo, todo hace parte del paseo, por eso la actitud despreocupada es buena aliada a la hora de ir a este destino. Otros viajeros optan por aventurarse a ir por agua: lo hacen desde Buenaventura y tardan ocho horas; y otros, desde Bahía Solano, tardan cerca de dos horas en llegar al mar de Nuquí.

A esta tierra chocoana llegan centenares de visitantes cada año. Para mi tristeza, muy pocos son colombianos. Unos llegan buscando tranquilidad, otros buscando ver las ballenas,  que claramente son el gran atractivo de esta zona, otros buscando pesca deportiva y otros, como yo, buscando refugio en las olas que se encuentran chocando contra el arrecife del pacífico colombiano.

Existen varios lugares para surfear: Pela Pela, El Chorro, Juan Tornillo y, mi favorito, Pico de Loro, que definitivamente es el lugar para los más experimentados. Estos son tan solo algunos de los lugares que han sido descubiertos y bautizados por los locales, que fácilmente se han dejado contagiar por el surf, sobretodo de los más pequeños. Por aquí es común escuchar historias de cómo a varias camas de las casas chocoanas les faltan tablas debido a que los niños, por falta de recursos, se las ingenian para encontrar en qué montar las olas. 

En el Pacífico hay una magia distinta a la del Caribe colombiano. Si bien su arena no es blanca y su mar no es un degradé azul de siete colores (aquí los verdes pintan sin discriminar cada rincón que se mire), ver la inmensidad de la selva confundirse con el inicio de las playas hacen a cualquiera sentirse minúsculo ante tanta grandeza.

Para ir a cualquiera de los hostales u hoteles tipo lodge que están retirados del pueblo  debe hacerse en una lancha que previamente se arregla con el hotel. Es indispensable llevar el efectivo necesario ya que, por obvias razones, en medio de la selva no hay cajeros.

En el recorrido uno empieza a entender por qué esta es la tierra del olvido. La precariedad es evidente, las pequeñas chozas casi se mantienen, y aunque el panorama es triste, sus habitantes no lo son; la gente saluda y sonríe, pues aunque sus casas parecen caerse, ellos siguen de pie.

Una pequeña cabaña con dos camas y un baño fue mi casa durante los cinco días que duró mi viaje. Cuatro noches en El Cantil pueden costar $1.690.000, incluyendo alimentación completa, traslado del aeropuerto al hotel en bote, caminatas con guía y dos salidas a ver ballenas. Las mejores épocas para visitar Nuquí están entre junio y octubre, ya que además de surfear, visitar termales o bucear con tiburones, se puede ver un espectáculo natural inolvidable sin ir fuera del país, pues el avistamiento de ballenas jorobadas es de esas cosas que me dejaron no solo sin palabras, sino sin ganas de volver a la ciudad.

Aquí vale la pena madrugar todos los días para sacarle provecho a cada hora.  Yo pude disfrutar de dos de las cosas que más amo: ver ballenas y surfear. Les recomiendo esperar a los otros huéspedes para salir en la lancha, pues entre todos se paga la gasolina y esta es costosa. Desde el primer trayecto de El Cantil a Pico de Loro las ballenas empezaron a dar pequeñas muestras de grandeza, sus enormes colas se asomaban una detrás de la otra, mientras los chorros de agua salían despedidos por sus espiráculos con gran fuerza en dirección al cielo. 

A medida que avanzábamos, pensamos que no había algo que superara esta experiencia, y de repente los delfines empezaron a nadar al lado de nosotros, como si nos dieran la bienvenida. Nos acompañaron hasta Pico de Loro y siguieron su recorrido.

Las olas estaban increíbles, entre cuatro y seis metros se veían caer una seguida de la otra. Las olas de Nuquí se ven como una enorme  masa de agua color verde loro que persigue al arrecife para chocar contra él.

De repente, un estruendo anunciaba que el cielo se había roto. Llovió sobre mojado y durante horas se borró el horizonte, una situación recurrente en Nuquí, ya que no por nada el Chocó es uno de los sitios donde más llueve en el mundo.  

Siempre que llegábamos al hotel, nos esperaban con frutas frescas recién picadas, que eran la invitación oficial al restaurante. La comida del Chocó en su mayoría está hecha a base de mariscos, pocas ensaladas y bastantes fritos. En El Cantil, Memo ha creado un menú mezclando las bases de la comida chocoana con estilos saludables de preparación, donde si bien comí pescado todos los días, nunca sentí que lo hacía, gracias a la variedad de sus recetas. 

Cada vez que subíamos al comedor, aprovechábamos para cargar cámaras y demás aparatos electrónicos, ya que aquí es el único lugar del hotel donde hay planta eléctrica, apenas para las demandas básicas de luz. Al llegar al hotel después de caminar por los termales, haber explorado las playas, o pasar horas sobre un bote viendo ballenas, era común ver a algunos disfrutar de una bebida frente al mar mientras caía el atardecer, otros iban a preparar las camas a la luz de una lámpara de gasolina. Debido a los mosquitos todas las camas tienen toldos, el ambiente es bastante fresco, así que logré dormir sin problemas todas las noches, aunque el ruido de los monos y el canto de los grillos hacen de banda sonora, el cansancio del día ganaba la partida.

Nuquí es definitivamente el destino ideal para quienes se buscan a sí mismos fuera de la rutina. Su gente es en exceso amable e igual de fuerte que las rocas que emergen del mar hacia la playa, esa playa eterna que deja ver las tortugas naciendo y rumbo al mar, ese mismo que sirve de carretera para las ballenas que cada año pasan dejando atónitos a los que las ven, esos que son pescadores, viajeros y locales que por temporadas coinciden juntos en este pedacito de Colombia.

Nuquí me sirvió para aprender a valorar los pequeños regalos de la naturaleza que a veces pasaban un poco invisibles ante mi vista.  Disfruté de la lluvia incesante, del ruido de los monos y la simpleza de la vida aquí, tan lejana del foco nacional pero tan colombiana en cada uno de sus rincones. Está claro que muchos prefieren viajar y dejar su dinero fuera del país, y aunque cada quien es libre de gastarlo como le parezca, yo los invito a invertir en una experiencia dentro de Colombia, que además de aventurarse en algo nuevo, ayudará a contribuir con la economía de un lugar olvidado a su suerte en medio del mar. 

Página web de El Cantil

La Michelada es un espacio semanal para explorar todos esos planes alternativos que hay escondidos en Colombia. Acompáñenme a experimentar cosas nuevas.

 

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