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Obama, ¿un Bush negro?

Reinaldo Spitaletta
11 de noviembre de 2008 - 01:11 a. m.

EL RELUMBRÓN DE LA VICTORIA DE Obama sigue obnubilando a muchos, adentro y afuera de los Estados Unidos.

Todavía el brillo de las estrellitas de la bandera gringa y los gritos de júbilo porque un negro alcanzó la primera magistratura de la superpotencia, ablandan la crítica y se transmutan en mampara para ocultar no sólo la nefasta historia de la política externa del imperialismo, sino hacer creer que ahora sí el Tío Sam se volverá amante de la paz y respetará la soberanía de los pueblos del mundo.

Los Estados Unidos, con su trayectoria de agresiones, invasiones y despojos, no tienen amigos, sino intereses, y esta concepción imperial no va a cambiar porque un demócrata negro haya sido elegido presidente. Es más: las mismas declaraciones del candidato dan a entender que nada de aquello se mutará. Por ejemplo, su discurso apela a continuar la agresión a Irak y renovar la presencia militar en Afganistán.

Obama llega a la Presidencia, en un país racista, no tanto por negro, sino porque su antecesor, el neoconservador George Bush, con su política guerrerista (consecuente con la esencia de los gobiernos estadounidenses de los últimos decenios, sean republicanos o demócratas) volcó la crisis económica sobre los hombros de la gente. Obama hereda la peor situación económica interna desde la Gran Depresión de 1929.

Habría que preguntarse por quién fue apoyado Obama, cuya campaña tuvo más dinero que la de cualquier otro candidato en la historia norteamericana. Abundaron las corporaciones multinacionales, los banqueros, los consorcios. Y éstos, como se sabe, lo que hacen en elecciones es inversión. Así que el “negrito” no podrá negarse a los salvajes intereses del capitalismo y a las políticas imperiales que tales compañías trazan.

El presidente electo no ocultó sus intenciones de recuperar la posición de Estados Unidos como una superpotencia, con sus tentáculos en distintas partes del mundo. Sus intenciones de “cambio” están ancladas en seguir desarrollando una política externa de dominio, intervenciones y saqueos. Es obvio que su ascenso al poder no se basó en un movimiento social de transformaciones estructurales, sino a la coyuntura electoral y política. Al desprestigio de Bush y los republicanos.

Obama no cambió la posición norteamericana de apoyo a Israel y su política de guerra en Oriente Medio; ya amenazó a Irán si continúa con el procesamiento de uranio; no ha dicho que va a renunciar a la guerra preventiva de Bush y a la doctrina Carter del control del petróleo del Medio Oriente mediante las acciones de guerra. No se conocen declaraciones en las que exprese que los Estados Unidos no intervendrán militarmente en otros países o que desmantelará las bases militares que tienen en más de cien naciones. ¡Ah! y además no está en contra del “libre mercado” ni a favor del Estado como regulador. Continúa su apoyo a las privatizaciones y al marchitamiento de lo público.

No hay que olvidar, por ejemplo, que los demócratas (insisto: en política externa no se diferencian de los republicanos) fueron los creadores del Plan Colombia, un negocio de la guerra para favorecer a transnacionales norteamericanas, y con el comodín de la lucha contra el narcotráfico, favorecer a decenas de corporaciones norteamericanas y a los vendedores de armas.

Esperemos, al menos, que, haciendo eco a su retórica de defensa de los derechos humanos, comience la condena contra las violaciones que de tales derechos se cometen en Colombia, país –coto de caza de los “americanos”– que todavía no sale del horror ocasionado por los desafueros de militares y sus falsos positivos, con desaparición y asesinatos de decenas de ciudadanos a los que hacen pasar por guerrilleros. Por lo visto, con Obama el imperio contraataca.

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