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Objetivos múltiples

Francisco Gutiérrez Sanín
28 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

La respuesta del Gobierno a la oleada de masacres que sacudió al país en los últimos días lo deja a uno con un vacío en el estómago. Para explicar por qué, vale la pena hacer el paso a paso de esa respuesta.

Lo primero que hicieron los altos funcionarios sin excepción fue rebautizar el fenómeno. Ya no son masacres, son “homicidios colectivos”. Me pregunto a cuánta distancia estamos de la operación de blanqueo encabezada por Carlos Castaño cuando comenzó a hacer política en grande. Como recordarán, Castaño sugirió por entonces no hablar ya de masacres, sino de “operaciones militares con objetivos múltiples”. Lo segundo fue echarle la culpa a Santos; eso sí, inmediatamente después de exigir no politizar el tema. Lo tercero fue inventarse una “explicación” del fenómeno que tiene apenas una delgadísima relación con la realidad. Eso ha hecho de la retórica oficial un mazacote de quimeras y referencias oblicuas que constituye una cachetada al país y a las víctimas.

Por ejemplo, el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, afirmó que “los masacradores de hoy son los mismos de ayer y por las mismas razones. Ex-Farc, Eln, grupos narcotraficantes y delincuentes de todos los pelambres”. ¿No se ha enterado Trujillo de que de lejos los principales perpetradores de masacres en el conflicto colombiano fueron los paramilitares? ¿Cómo sabe y cuál es su evidencia de que hoy las masacres ocurren por las mismas razones que antes?

Con respecto de aquellas (las pasadas, digamos hasta 2007), conocemos bien el elenco de perpetradores. Las masacres constituyeron el instrumento paramilitar por excelencia. En un lejano segundo lugar estuvieron las Farc. Los demás grupos cometieron muchas menos. Hubo algunas masacres relacionadas directamente con la lucha por el control de cultivos ilícitos, pero fueron poquísimas. La mayoría tuvieron otros propósitos, a menudo planteados muy pública y muy explícitamente. Trujillo, que fue funcionario de los dos gobiernos (Samper y Pastrana) en los que tuvo lugar la gran oleada de masacres que asoló al país, no puede no saberlo.

Con respecto de las actuales, no se puede para nada descartar que sean motivadas únicamente por la competencia entre narcos, aunque no alcanzo a entender en qué sentido coger a bala una fiesta de universitarios pueda servir a sus intereses (debe de haber algo más). El Gobierno no ha ofrecido ninguna evidencia de que las masacres ocurran por la presencia de cultivos ilícitos. Decidió simplemente que era así, y entonces adaptará la realidad para que case con su receta inventada. Fumigar dizque para detener las masacres: una fórmula segura para el desastre.

Pero es que de pronto no se trata de entender y solucionar, sino de responder a objetivos múltiples. Uno de ellos es responder a su alianza estratégica con Trump en un momento electoral crítico para este. Pero hay más. Para este Gobierno y su partido hay atrocidades de primera (las que puedan servir para destruir a la guerrilla desmovilizada y minar el acuerdo de paz) y de segunda. Las masacres entran en esta categoría. Por consiguiente, no les da rabia que ocurran, sino que se hable de ellas.

¿Exagerado? Pregúntense: ¿hasta qué punto está el liderazgo del Centro Democrático dispuesto a rechazar las masacres con energía y empatía mínima con las víctimas? La respuesta más generosa posible es: no es claro. Recuerden las referencias favorables del caudillo a las “masacres con sentido social” o el intento de Lafaurie de retratar a las víctimas de la masacre de Samaniego como amigos de las Farc, entre muchos ejemplos. Esto tiene consecuencias. Las masacres no son sólo cosas de narcos o de gentes fuera de la ley. Tienen que ver también con redes de habilitadores, con presiones e intereses, con decisiones de política, con señales públicas. Tomemos solamente estas últimas. Acuñar eufemismos, inventarse explicaciones, justificar sibilinamente los eventos, son señales bien elocuentes.

Hay aún mucho más. Pronto volveré al tema.

 

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