Odebrecht: la deuda final

Juan David Ochoa
27 de julio de 2019 - 07:30 a. m.

Cuando estalló Odebrecht, el más grande escándalo de corrupción en Colombia sobre otros escándalos astronómicos aún sin dimensionar, el ruido de una indignación resignada a un destino entre ladrones y pactos de silencio fijó la rabia en el soborno sistemático que acordó los acuerdos y el entramado de una megaobra que en caso de fracasar no tendría métodos posibles de salvación aunque el mismo dinero dispuesto para las coimas se reuniera de nuevo.

El escándalo apareció y cubrió todos los escenarios posibles como el hongo humeante de una bomba atómica nacional, y los pactos y los nombres que hicieron parte del botín desaparecieron entre el mismo humo del colapso. Los financistas y los patinadores con maletas de millones de dólares tranzados, los lobistas y las empresas aliadas, los intermediarios, las interventoras figurantes y todos los políticos untados para callar las promesas de su servicio y obedecer a la alta trascendencia de la avaricia, desaparecieron. Solo quedó el flagrante expresidente de Corficolombiana José Elías Melo entre los apresados, y Otto Bula, el idiota útil del lobby general que transportaba los fajos contados y definitivos de los pactos previos.

Los medios de comunicación siguieron las mismas  pesquisas de un fiscal que estaba allí para encubrirlo todo, y mientras avanzaba el tiempo prudencial de una investigación ficticia, empezaron a morir testigos y declarantes con información vital. Medicina Legal hizo reportes falsos de sus muertes y el círculo entero del silencio estaba consumado. La escena no tenía nombres protagónicos, no había pruebas en el aire, los testigos principales no podían volver a hablar y los financistas quedaron al margen del bullicio esperando las medidas gubernamentales para recibir el retorno del dinero perdido entre los fraudes. Los bancos no pueden esperar y nunca pierden, y si el error proviene de sus cajas, las contingencias se deben adaptar a la costumbre y al contexto de su estabilidad y su futuro.

El gobierno de Iván Duque, ala derecha y entrañable de la banca imperial y las corporaciones, fue financiado en su campaña en más de un 66% por el Grupa Aval, y está obligado ahora a responder por los favores recibidos. Las pérdidas de una catedral corrupta y destrozada deben ser entonces atendidas por el mismo país azotado por la inequidad y los ultrajes, y será su obligación incuestionable como lo ha hecho desde los mismos años del impuesto temporal y eterno del 4x mil para salvar las crisis bancarias prolongadas a decisión de los analistas financieros que miden los equilibrios entre los números de sus metas, sin que importe demasiado lo que estalle más allá de sus ventanas. Cobrarán con la misma tradición y ajustes retóricos de la derecha que ha podido siempre convencer sobre la urgencia de aportar a los ajustes fiscales en favor de un progreso que nunca llega, y por el bien general de la salud y la educación que soportan los impuestos extraviados en anomalías y prioridades siempre imprevistas.  Pronto, el ministro estrella de las estadísticas extrañas, Alberto Carrasquilla Barrerra, pronunciará un discurso humano y conmovedor por la sanidad mental y el equilibrio de los  banqueros  tristes, filántropos caídos en desgracia.

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