Oh confusión, oh caos

Lorenzo Madrigal
09 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Hay momentos de la vida en que las cosas son muy claras. Nos enrumbamos por rutas conocidas y el destino es preciso. Otros, en que reina la confusión: es eso de no saber para dónde vamos (“ni de dónde venimos”, añadiría Rubén Darío). En términos de la vida nacional, que nos incumbe también en lo personal, ese es el momento que vivimos.

Para este columnista de muy pocos lectores todo viene, en pronunciado declive, desde la ruptura de la Constitución en varias páginas para dar paso a lo que llegó a ser una paz inminente, de ocasión única, como la vislumbró el lúcido periodista don Enrique Santos Calderón y la transmitió a su hermano, el presidente, ávido de la gloria de la paz.

López Michelsen, reconocido pensador colombiano, si viviera, llamaría a esto la “desinstitucionalización” del país, sin que falte ninguna de sus nueve sílabas. Se rompió la Carta, contra lo prometido por el presidente de entonces, al tramitar reformas sustanciales con desacomodo a las previsiones de hacerlo, como fue el famoso fast track, que sirvió para tomar a la ligera las normas pétreas, todo lo cual fue mirado con indiferencia por los países extranjeros, a los que poco o nada interesa que se respete el derecho interno de otro país. El mundo estalló en aplausos y se fue preparando la medalla al mérito de la paz (Nobel), conseguida finalmente en Noruega, país que fuera uno de los garantes del pacto que selló los acuerdos en Colombia.

Antes se había querido confirmar por democracia directa la aprobación del nuevo procedimiento, que algún escrúpulo despertaba en las conciencias civilistas. Mil veces se ha repetido cuál fue el resultado de esa consulta, y cómo se le ignoró. De ahí que a nadie debe sorprender que hoy se espere, a la vista gorda de todo el mundo, la sustitución de un gobierno legítimo por medio de un bullicio callejero.

Multitudinario sí el bullicio, más aún, carnavalero, delicioso, de fiesta y vacación (y con diciembre encima), murgas por acá, desorden y pedreas para los que gustan de ellas; destruir, que es tan fácil, endebles estaciones de transporte, robar las bicicletas de todo el mundo en alboroto gozoso, sin policía a la redonda, porque si esta aparece, es considerada una manifestación represiva del Estado.

Hay desorden, cómo no va a haberlo, los odios políticos ameritan cualquier acción, las peticiones de la revuelta casi nadie las conoce en concreto o cada grupo tiene una diferente, lo que desasosiega a los mismos que tratan de controlarla. Todo es alegría, todo es caos, todo es juventud hasta para los más viejitos, que ya no pueden correr detrás del que les robó la billetera o les saqueó el pequeño negocio de tantos desvelos. ¡Qué más da!, si esto se lo llevó el diablo, ¡mejor unámonos a la causa! Amanecerá y veremos. Y muy seguramente amanece. Y Duque, ahí.

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