Horizontes

Ojo, que no nos pase como a Venezuela

Ana Milena Muñoz de Gaviria
08 de marzo de 2018 - 04:20 a. m.

Empezo como un demócrata. En sus primeras declaraciones aparecía como un cordero manso que trabajaría por el bien de su patria. Decía que entregaría el poder en cinco años e incluso antes si era necesario, si se cumplían sus objetivos de cambio o si el pueblo no estuviese contento ante un fracaso, y, por supuesto, si cometía un delito político o corrupción que justificara su salida.

La gente y el mundo en general tenían miedo, lo veían como un socialista, pero en campaña su discurso fue democrático. Manifestaba que no nacionalizaría los medios de comunicación, existía un canal estatal suficiente para trabajar por la educación y los valores nacionales. Decía que los medios de comunicación privados tenían que existir y las relaciones con ellos eran buenas. Negaba la posibilidad de nacionalizar la empresa privada y el aparato productivo, y dijo que daría más facilidades e incentivos para la llegada del capital privado nacional y extranjero, necesario para un proyecto económico ambicioso. “Me voy a llevar bien con la empresa privada”, dijo en su discurso de posesión, era necesario revitalizar la economía y no depender de los precios del petróleo. Prometió respetar los acuerdos. Decía que en lo económico bajaría el impuesto de venta, haría algunas privatizaciones, negociaría la deuda y buscaría un desarrollo con énfasis social para sacar de la pobreza a miles de habitantes.

Señalaba a Cuba como una dictadura, pero no podía condenarla respetando un principio de autodeterminación de los pueblos. Repetía y repitió que no era socialista, que debía estar más allá, en un proyecto humanista integral, un proyecto democrático, un proyecto bolivariano. En sus entrevistas decía: “No soy el diablo, quiero trabajar con todos los países de América Latina, Estados Unidos, Europa y Latinoamérica”.

En lo político prometió e hizo una reforma constitucional con la idea de transformar el sistema político y generar una verdadera democracia en la que el pueblo recuperara su dignidad, decidiera su destino y construyera la democracia del siglo XXI. “No soy autoritario, soy un demócrata en busca de la igualdad”. Prometió gobernar para todos y hacerlo en busca del interés nacional y colectivo, por encima del partidista, familiar y personal. Manifestaba que existía una crisis moral y económica, que era necesario unir voluntades y prefería la muerte antes que la traición.

Como el pastorcito mentiroso, hizo numerosos llamados de ser un demócrata moderado, pero finalmente apareció el lobo y el aprendiz de dictador. Sí hizo una reforma constitucional, pero para perpetuarse en el poder aun cuando el pueblo en un referéndum manifestó que debía marcharse en los siguientes cinco años. Puso, como lo dijo en su acto de posesión, su granito de arena en Colombia para no derramar más sangre. Eso sí, convirtió su programa humanista en un programa socialista del siglo XXI, con la ayuda de los que señaló como dictadura. Nacionalizó los medios, cualquier voz de oposición fue apagada; la empresa privada fue nacionalizada y entregada a quienes no pudieron producir, quedándose en la pobreza los trabajadores, teniendo que salir hoy de su país pues la pobreza no disminuyó, creció. Las promesas quedaron en palabras.

Colombia tiene que aprender y votar con cuidado. Las promesas electorales y las palabras de los candidatos hay que medirlas para saber qué es posible y qué no. Y que no nos pase como a Venezuela, donde la antipolítica y el populismo lleven al poder a personas que nos llevarán a la pérdida de nuestros derechos, la ruina y la pobreza de todos. La votación parlamentaria como uno de los poderes de la democracia es necesaria. La participación es un deber de todos.

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