Ola de migrantes: perseguidos por la bomba”H”

Columnista invitado EE
01 de noviembre de 2018 - 04:44 p. m.

Por: Jairo Agudelo Taborda*

Estamos asistiendo a un flujo sin antecedentes de masas de pobres que arriesgan sus vidas para llegar a una “tierra prometida” de bienestar o de mejor estar.

El Derecho internacional protege, justamente, a toda persona perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas (Art. 1 Convención de Ginebra sobre Estatus de Refugiado, 1951). O sea, que quienes huyen de las dictaduras, de los fanatismos religiosos y étnicos; los perseguidos por las bombas de los autoritarismos están protegido por las normas internacionales. Sin embargo, el Derecho internacional no protege a las masas humanas que huyen de la más grave de las persecuciones: la de la bomba hambre, la bomba “H”. Tales masas son definidas migrantes económicos y por lo tanto sin estatus jurídico internacional salvo un eventual y excepcional estatus humanitario.

Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM, 2018)), cerca de 500 millones de personas son migrantes internacionales, lo cual representa cerca del 5% de la población mundial. De este total, 100 millones migran de países en conflicto, dictaduras y/o violencia generalizada. De estos 100 millones, sólo 26 millones poseen el estatus de refugiado (Acnur, 2017). Esto significa que de los 500 millones de migrantes internacionales (no se cuentan los migrantes internos en su propio país, desplazados internos), 400 millones son migrantes económicos, sin protección alguna en el Derecho internacional. Estos son los perseguidos por la bomba “H”.

He aquí el enorme vacío del ordenamiento jurídico del sistema internacional. Pero tal vacío es aún más grave si miramos bien la geografía de la pobreza y del hambre de donde parten estas masas. La promesa de bienestar está en el Norte del mundo.

Es un flujo de Sur hacia el Norte.

Las masas de pobres que huyen de la bomba “H”, en su gran mayoría, parten de países “empobrecidos” por el Norte del mundo rico. Para nadie es un misterio que buena parte de la riqueza del Norte  se creó mediante la colonización, esclavización, explotación histórica del Sur (Europa); y se sostiene e incrementa hoy por la adopción e imposición de relaciones comerciales, financieras y políticas (Usa y Europa) que castigan a los países desventajados del Sur. O sea, que estas masas de 4.500 personas que de Centroamérica va en tránsito desesperado hacia Norteamérica, los 500 que están saltando las vallas de España Hungría, o por la arriesgada travesía del Mediterráneo hacia la rica Europa (a pesar de la crisis), huyen de una pobreza provocada por el Norte del mundo en complicidad con los dirigentes de los países del Sur del mundo. Naturalmente, no es tiempo de invocar las culpas históricas, geopolíticas y geo-económicas, pero sí de reconocer las graves corresponsabilidades globales y locales.

Sólo si se reconoce la corresponsabilidad mundial ante el fenómeno migratorio se lo podrá gobernar. Gobernarlo significa aprovechar lo positivo del fenómeno y evitar los posibles efectos negativos. Ésta es tarea de la política mundial. Lo positivo nos habla de mano de obra, riqueza multicultural y multilingüe, rejuvenecimiento de las sociedades ricas pero envejecidas, dinamización tributaria, etc. Por ejemplo, se calcula que cuando Europa supere la crisis va a necesitar varios millones de trabajadores para sostener su ritmo de crecimiento económico. No sería más inteligente empezar desde ahora a reclutar contingentes de inmigrantes por cuotas anuales que respondan a tal necesidad futura? Las buenas prácticas de Canadá en materia migratoria podrían enseñar. Para evitar los posibles efectos negativos como la xenofobia, la caída de los salarios por competencia emergencial de los inmigrantes, la inseguridad por exceso de flujos en un mismo país; hay que adoptar políticas y soluciones regionales. Si Perú y Ecuador cierran las fronteras a los venezolanos que por Colombia quieren seguir a otros países, embotellan el flujo en un país ya mediamente saturado. Las soluciones a las crisis migratorias en las Américas se deben identificar y aplicar multilateralmente: Oea, Celac, Unasur, Alba, Aec…

En el mundo existen 815 millones de personas que padecen hambre. Casi todas en el Sur del mundo. Es decir 11 de cada 100 personas. El problema se agrava aún más por los conflictos y por los efectos del cambio climático (Onu, 2017). De otra parte, en el Norte del mundo, casi la misma cantidad de personas sufre de obesidad (y sus consecuencias) por exceso de alimentación. Tremendo desorden alimenticio planetario. Esta es la dimensión de la tragedia, a pesar del pacto global de la Agenda 2030 cuyo primero de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible es la erradicación del hambre y la pobreza extrema en el mundo. Si se sigue empobreciendo al Sur del mundo los flujos de fugitivos de la bomba “H” hacia el Norte, no sólo no cesarán sino que se agravarán porque la bomba “H” es la más letal de todas las bombas. Mata constantemente. Cada día, cada hora, cada segundo.

Claro que no es fácil. Ni la misma Unión Europea ha logrado una solución regional a un fenómeno como la inmigración. Países como Italia, España y Grecia han sido dejados casi que solos con los masivos flujos de migrantes en tránsito o de destino. A veces Francia cierra sus fronteras agravando la situación italiana. No debemos copiar este fracaso europeo en nuestra región.

Urge un convencimiento de que la migración, como tantos otros fenómenos, ha adquirido una dimensión mundial y requiere una gobernanza mundial. No se puede seguir invocando soluciones nacionales para fenómenos o problemas globales. Por lo tanto, es urgente una Convención que tutele a los parias del mundo eufemísticamente llamados migrantes económicos. Urge suplir este vacío jurídico. Pero aún más urgente es la reforma global de las causas estructurales de estos fenómenos. Reformar o cambiar el sistema comercial global; la finanza mundial basada en la especulación; el capitalismo salvaje del se salve quien pueda. Urge, además, un Convenio sobre la cooperación internacional.

Ni los muros de Trump y Netanyahu, ni las vallas de España, Hungría, Turquía, detendrán a los fugitivos que escapan de la bomba “H”. La política mundial debe generar respuestas convenientes para todos: para receptores y para expulsores.

* Profesor de Relaciones internacionales, Universidad del Norte

 

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