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Opaca “ángela” de oriente

Eduardo Barajas Sandoval
02 de febrero de 2021 - 03:00 a. m.

Mientras en Europa celebran la culminación exitosa de la gestión de gobierno de la canciller alemana, una estrella de Asia se apaga a los ojos del mundo por su ineptitud para evitar golpes mortales a la libertad de prensa y a los derechos humanos, así sea en medio de una competencia política sin piedad, alimentada por tradiciones que ponen obstáculos a su interés en el servicio público.

Aung San Suu Kyi fue vista, dentro y fuera de su país, Myanmar, como campeona los derechos humanos, que retaba a un régimen militar opresivo que la mantuvo década y media en arresto domiciliario, durante el cual fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz “como ejemplo del poder de quienes no tienen poder”. Premio que representaba una esperanza inconmensurable para el momento en el que pudiera gobernar.

Su inevitable apoyo popular llevó a que su partido, la Liga Nacional por la Democracia, ganara por arrolladora mayoría las primeras elecciones abiertas en las que pudo participar. No obstante, en virtud de las componendas institucionales típicas de países en los que se apela a cualquier tipo de recoveco para darle forma al esperpento que sea, no le asiste el derecho a ser presidente, por tener hijos con nacionalidad extranjera, fruto de su matrimonio con el profesor inglés Michael Aris. Entonces, conforme a una figura de peripecia institucional, gobierna bajo la vigilancia estrecha, y amenazante, de los militares que en otra época combatió. Lo hace en condición de “Consejera de Estado”, mientras el presidente Win Myint obra como su asistente personal.

El apoyo interno de San Suu Kyi, hija del asesinado Aung San, campeón de la independencia nacional, sigue siendo significativo, particularmente entre la población budista de su país. Pero su estrella se ha opacado en el firmamento internacional por no haber podido revertir, ni interponer obstáculos, en ejercicio de su poder político, ante hechos característicos del régimen que durante tanto tiempo y con tan buenos argumentos, se había dedicado a combatir. Sus falencias en materia de libertad de prensa, y de defensa de derechos humanos elementales, han merecido el repudio de antiguos admiradores, dentro y fuera de Myanmar, e inclusive el desmonte de su retrato en el colegio de Oxford donde estudió filosofía, política y economía, que alguna vez la llegó a convertir en símbolo.

El primer gran pecado de San Suu Kyi, antigua defensora a ultranza de la libertad de prensa, fue el de haber guardado silencio y después cohonestado con argumentos típicos del régimen anterior, el atropello de la detención de dos periodistas de la Agencia Reuters que habían denunciado violaciones de los derechos humanos por parte de elementos militares, y se acercaban a corroborar una serie de asesinatos de Estado de los que habían sido víctimas unos cuántos muchachos de la etnia Rohingya. Crímenes cuya existencia fue después comprobada. Con el agravante de que los periodistas, consideran que han perdido a San Suu Kyi como su campeona, su defensora, y su referente.

Más grave aún, de proporciones apocalípticas, ejemplo de una atrocidad imperdonable en cualquier momento de la historia, pero mucho más ahora, y bajo el mando político de una mujer símbolo de la defensa de los derechos humanos y galardonada con el Nobel de la Paz, ha sido el proceso de genocidio de cientos de miles de miembros de esa misma etnia Rohingya. Los sobrevivientes, mujeres indefensas, hombres y niños, han sido literalmente empujados por la fuerza a cruzar la frontera hacia Bangladesh, en una “operación” calificada por las Naciones Unidas como ejemplo típico de “limpieza étnica”.

Aldeas quemadas, violaciones, masacres, desatención de situaciones de emergencia humanitaria y todo tipo de atrocidades, se desataron desde hace tres años, en su secuencia más reciente, como reacción a acciones de grupos rebeldes de miembros de la comunidad Rohingya, animados por la llegada de lo que pensaron sería una oportunidad histórica de reivindicación, bajo el clima de asomos de cambio que anunció el triunfo de la Liga Nacional por la Democracia. Todo para nada. Peor aún, todo lo contrario, bajo el silencio aparentemente cómplice de Aung San Suu Kyi.

Así, las imágenes atroces de la persecución a todo un pueblo han inundado la prensa mundial y los anaqueles de las instituciones internacionales que se ocupan de refugiados, derechos humanos, salud, y toda una serie de asuntos de importancia humanitaria, solamente para demostrar, una vez más, la precariedad de sus posibilidades de conseguir resultados que, en realidad, dependen de factores totalmente fuera de su control. Mientras el mundo se ocupa de la lucha contra un virus que en el fondo ha servido para ocultar, aplazar y hasta olvidar tragedias que cada día se agravan.

Como el “ruido de sables” se hace sentir a cada rato en las calles de Rangún, y habida cuenta de que los militares de Myanmar conservan todavía una cuarta parte de los escaños en el parlamento, así como los ministerios de defensa, interior y fronteras, vale preguntarse si el silencio y el repudio internacional son parte del precio que una discípula confesa de Mahatma Gandhi y Martin Luther King tiene que pagar para no ser reducida otra vez por el poder de unos militares alejados tradicionalmente de la democracia. El resto del precio será el que señale la balanza de su conciencia.

A juzgar por la dedicación de toda una vida a la tarea de buscar avances hacia la democracia en un país que, como muchos otros, salió de la era colonial a una dictadura autóctona, vale la pena preguntarse si la hija del Fundador de la República ha preferido ser, desde las apariencias del poder, para poder hacer algo, una prisionera del poder.

También sería bueno preguntarse si su sacrificio político y personal no habría sido más consecuente con su talante, como ejemplo de otra vida entregada a las causas de la democracia y la libertad. No obstante, mientras la “mujer fuerte” de Myanmar recibe el rechazo de sus antiguos compañeros de lucha en el mundo entero, así como la amenaza de juicio internacional por genocidio, y la solicitud, extranjera, de que se vaya del gobierno, un grupo escaso de defensores estima que ella en el fondo no ha cambiado y solamente ha hecho lo que le dejan hacer los tradicionales dueños del poder, siempre listos a sacarla de un golpe. Y sostienen que, a pesar de su eventual sacrificio político, que también significaría el de toda una nación, en todo caso se habría producido el genocidio de los Rohingya, que son musulmanes, y se habría consumado la continuación de ese régimen de oprobio que por tantos años la mantuvo silenciada. De manera que, ante las puertas entreabiertas, para ellos es mejor contar con una ventana de libertad.

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Atenas(06773)02 de febrero de 2021 - 06:10 p. m.
Témele a los conversos. Todo apunta, según diversos cables, a q' la admirada A.S.S.Kyi paga el precio de ganar cediendo, esto como una visión esperanzadora de los graves hechos y con ello la nobel se ratificaría en su alto precio, o contrario sensus, su desplome y desplume como mujer admirada quedaria en nada.
Periscopio(2346)02 de febrero de 2021 - 02:58 p. m.
La lucha por los derechos humanos es una lucha contra la discriminacion social por géneros, estratos, razas o ideologías, como la lucha de Aung San Suu Kyi en Birmania. Discriminar o fragmentar esa lucha social en géneros, como lo hace Angela Robledo, es seguir el juego maquiavélico de los que pretende combatir.
Periscopio(2346)02 de febrero de 2021 - 02:43 p. m.
Aung San Suu Kyi es una líder social en Myanmar que ha sido encarcelada por el gobierno. En la Colombia de Uribe ya hubiera sido asesinada, como todos los líderes sociales.
  • usucapion1000(15667)02 de febrero de 2021 - 08:38 p. m.
    ASÍ ES JULIO.
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