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Adiós grado de inversión

Luis Carlos Vélez
07 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

A veces resulta bien ser parte de la manada. Si va por el camino correcto, el beneficio será generalizado sin hacer mayor esfuerzo. Pero cuando el grupo va por el sendero equivocado y no trabaja mucho para diferenciarse del resto y emprender nuevas travesía, entonces es inevitable tener que pasar por malos ratos. Eso precisamente le está pasando a la economía colombiana.

Durante más de una década se benefició, sin hacer mucho esfuerzo ni prepararse para el futuro, de un escenario económico regional excepcional. Las bajas tasas de interés en EE. UU., los altos precios de las materias primas, una economía china en ebullición y unos vecinos derrochadores hicieron que nuestros indicadores fueran atractivos y los inversionistas nos otorgaran el grado de inversión.

Sin embargo, bajo la lente de lo que hoy ocurre, poco de lo que pasaba en la época de auge era producto de nuestros atributos. El generoso ambiente regional dio para tanto, que nuestras deficiencias quedaron enterradas en una ilusión óptica tan perfecta como perjudicial. Eran los años en que nos comíamos el cuento de que la seguridad democrática había vuelto a traer la inversión extranjera, en que los Pacific creaban caballeros millonarios que nos hacían creer que la fama y la fortuna estaban a la vuelta de la esquina, y en que los restaurantes con ambiente neoyorquino y tiendas de marca se tomaban las ciudades intermedias.

Pero en el fondo la corrupción rampante, la feria de ayudas, los contratos incompletos y los favores políticos se tragaban el futuro de una nación, que por un momento pensó que podía dar un paso hacia delante. Los efectos de esos años de abundancia desperdiciados apenas los comenzamos a ver. No aprendimos a generar valor de otra manera y ahora no hay mucho que se pueda hacer. Y lo que es peor, la abundancia de recursos en lugar de enseñarnos a multiplicarlos nos dejó como herencia una estructura política holgazana que no entiende cómo trabajar sin que por debajo de la mesa haya una transacción millonaria oscura que complazca su apetito tan voraz como destructivo.

Lo gracioso es que creemos que nadie se da cuenta. Nos convencemos de que es un problema que no trasciende nuestra parcela. Y que con más impuestos supliremos el déficit de ingresos que nos deja la caída de los precios del crudo para poder continuar con la perversa estructura de prebendas políticas, corrupción, financiamiento y muy poco de estructuración. Pero en realidad estamos equivocados. Las agencias calificadoras de riesgo ya le vieron las orejas al burro y, por lo tanto, empezaron a dar sus primeros pasos para castigar nuestra irresponsabilidad. La primera en hacerlo fue Fitch Ratings y seguramente vendrán más.

La situación se agrava cuando nos damos cuenta de que nuestro vecindario tiene el mismo común denominador. Crisis por la baja de los precios del petróleo, desajustes fiscales, inflación, devaluación, desempleo, y corrupción. En los últimos años vimos por encima del hombro a Ecuador, Venezuela, Argentina, Perú e incluso a Brasil, pero la verdad es que para los inversionistas extranjeros no somos muy diferentes. Para ellos, la manada va para el mismo lado y la verdad, cuando nos desprendemos de la bobada nacionalista para vernos en el espejo de las realidades, somos igual o peor que este rebaño latinoamericano que como bestia desesperada se comió toda la comida y no guardó ni cultivó para el futuro, para luego preguntarse ofendida por qué aún se refieren a nosotros como el tercer mundo. Así las cosas, esperaremos atentos el efecto Lula, la desenmascarada cara del socialismo del siglo XXI y sus derivaciones en la economía brasileña y regional.

 

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