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Andar atentos

Diana Castro Benetti
07 de mayo de 2016 - 05:07 a. m.

La atención es la vía para entrar en el reino de lo desconocido y espantar los miedos. Es también la posibilidad de acercarse a un espacio propio, concreto, cierto. Es la vía a la presencia total de algo más que uno mismo.

Sin darnos cuenta, caminamos sobre los pensamientos de furor, pasión o rencor. Pensamientos que desvían, pensamientos que atrapan, pensamientos que no son la vida. Los días transcurren como imaginados, en un lugar soñado, irreal, inventado. Cada día estamos en el día siguiente, en la hora siguiente, en la noche anterior, y nos olvidamos de lo de ahora. Este ahora. Vivimos sin la conciencia de hacia dónde y por qué. Suceden los instantes desde un sonido, el espacio, la respiración, pero se viven como en un futuro irrealizable, ansioso y loco.

La atención es esa pequeña y simple clave desde la que se abre la sabiduría de la presencia alrededor, a veces propia, a veces lejana, a veces cercana. Es aguzar los sentidos y escuchar el aleteo del colibrí, un viento suave, un amigo que llega. Es en el andar atentos cuando podemos protegernos de las caídas o cuando, por instinto, damos vuelta al timón, bajamos la cabeza o frenamos en seco para evitar el golpe. Es la atención puesta en el cómo caminamos lo que nos permite sincronizar el paso con un buen amigo o respirar con suavidad a la hora de los amores. Es la atención la que nos dilata la pupila para reconocer el amor en la noche, el lobo hambriento o la Cruz del Sur.

Se requiere estar muy centrado en la tarea, en el instante, en el oficio, en la pausa, para no cortarse un dedo con el cuchillo o no cometer errores a la hora del dibujo. Es la entrega completa a una acción. Estar conscientes en el movimiento, en cada paso, es descubrir que estamos hechos de pequeños grietas que nos dan el aliento obvio de la existencia. Es en el viajar despacio, reconociendo la rectitud de la espalda, el proceso y la meta, que nos sabemos más cercanos al esqueleto. Es en el sabor del picante, del dulce y de lo amargo que reconocemos la vida, la gratitud o la infancia. Es en el roce consciente de un abrazo apretado cuando podemos sentirnos más voluminosos y amados. Es en el espacio entre cada nota cuando notamos que la realidad existe.

La atención no es una técnica ni un movimiento espiritual lleno de normas complejas, no vive en sectas ni compra religiones. No exige diezmo. Es el sabor de la total entrega a lo que es cada momento, sin expectativas, y ahí, en ese juego del cosmos, llega la brutal expansión hacia lo infinitamente pequeño y hacia lo infinitamente grande; expansión de la presencia que nos da el aliento de vida y que nos ofrece los caminos de gozo. Esta atención se muestra verdadera y promete lo sublime, se hace activa, adquiere su vida propia y es creación. Es esa cualidad que aparece cuando se evoca el amor, el amor completo, el amor sutil, el amor sereno, el amor total para el mínimo destello de libertad. La atención es agua, el agua de la vida, y el mejor camino a la humildad.

otro.itinerario@gmail.com

 

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