Atacar y contratacar: principal arma del populista de reality

Alvaro Forero Tascón
16 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

Se cumplió el pronóstico de que la política se convertiría en un reality de televisión.

El reality televisivo vive principalmente del conflicto entre sus miembros, de exagerarlos para generar escándalo y emotividad. Por eso los realities necesitan del personaje conflictivo —el peleador- que termina dominando la dinámica de la convivencia, marcando la narrativa y por ende controlando la audiencia—. Los buenos, sus víctimas, terminan siendo definidos por él y jugando el papel que les impone, porque él es quien escribe el guión. A mayor conflicto y escándalo, mayor rating, y así el peleador, administrando el conflicto termina adueñado de la iniciativa porque es el motor del drama televisivo y quien provee la droga a la que quedan adictos los televidentes. Donald Trump capturó primero la campaña republicana, luego la atención del mundo y ahora la iniciativa política mundial, peleando retórica pero estratégicamente contra grupos que representan amenazas contra los sectores tradicionales de su país.

Donald Trump arrodilló a la democracia más antigua del mundo aplicando su frase de El Aprendiz: “estás despedido”. Aplicándosela a los políticos, los mejicanos, los medios, los musulmanes, los chinos, Obama, los liberales. Así se acercó a amplios sectores de la sociedad estadounidense, tan simplistas y prejuiciados como él para entender los problemas complejos de la sociedad moderna, y los capturó con la promesa de reemplazarle los derechos a estos grupos por deberes, para echar atrás la era de los derechos de Obama, en la que grupos tradicionalmente poderosos sentían que habían perdido el control de su país y por ende de sus destinos.

El ataque es la principal arma del populista porque le permite conseguir los dos resultados que hacen tan efectivo y peligroso el populismo: dividir la sociedad entre “ellos y nosotros”, entre ciudadanos víctimas y élites que los martirizan, con lo que automáticamente se adueña de la porción mayoritaria de la población; y simplificar los problemas y las soluciones para generar credibilidad en su voluntad de combatir a fondo a los enemigos, y evadir el cuestionamiento sobre la calidad y coherencia de sus políticas y propuestas.

Como gobernar es distinto que hacer política, en la Casa Blanca Trump dejará a un lado al populista para asumir la condición de caudillo, pero sin dejar de pelear porque ésta es tan útil para el populismo como para el caudillismo. Abandonará las peleas contra los sectores poderosos, los políticos en el Congreso, los lobistas de las empresas, los banqueros de Wall Street, pero las mantendrá contra los débiles, como los mejicanos, los musulmanes, los medios de comunicación (que dividirá entre buenos y malos según lo apoyen o critiquen), la población LGBT, Irán y quizá los chinos, pero civilinamente para evitar una guerra comercial. Criticará a los propios funcionarios e instituciones de su gobierno, poniéndose siempre del lado de “nosotros”, y se apoderará de los logros del Estado personalizándolo.

En Colombia el ataque y contrataque populista también dominan la política, convirtiéndola en otro reality, en el que quien actúa responsablemente no tiene audiencia y quien responde es utilizado para provecho político del combatiente.

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