Bajo tormenta tropical

Gonzalo Silva Rivas
08 de junio de 2016 - 04:02 a. m.

Los tiempos para Satena están cargados de turbulencias severas.

La crisis financiera por la que atraviesa alcanza límites insostenibles. Su acumulado de pérdidas, al término del año pasado, bordeaba los $46 mil millones, y de no ponerse sobre la mesa soluciones inmediatas, la aerolínea estatal tendrá que apagar motores y dejar por fuera de su radar a una treintena de poblaciones históricamente abandonas en su desarrollo económico y social.

Provocada en buena parte por el impacto que en sus costos operacionales ha tenido el dólar durante los últimos treinta meses y por las elevadas obligaciones que genera su flota en leasing, Satena sufre otra estrepitosa sacudida financiera, algo parecida a la que asomó por primera vez en 2010, en ese entonces consecuencia directa de nocivas prácticas administrativas y contables que le generaron deudas cercanas a los $120 mil millones y pérdidas superiores a los $25 mil millones.

La compañía había salido de cuidados intensivos en 2011, luego de que el Estado formalizara su cambio de naturaleza jurídica para convertirla en empresa de economía mixta y la oxigenara con una capitalización de $98 mil millones. Con el horizonte en calma renovó su flota de aviones, repuntó al cuarto lugar en movilización de pasajeros en 2014 al marcar un crecimiento del 14%, y por primera vez desde su fundación, hace 54 años, en 2015 superó la cifra del millón de tiquetes vendidos en una sola vigencia.

Sin embargo, la historia se repite, y otra vez la aerolínea busca con urgencia un salvavidas que la mantenga en el aire. Pese a que su nivel de ocupación por encima del 70% podría acreditarla como comercialmente viable, la baja rentabilidad se ha vuelto un lastre dada su responsabilidad de operar destinos sociales para los que la fórmula de reajustar el valor de los tiquetes no siempre es una buena decisión. Los vientos de cola, provocados por el encarecimiento del dólar, han desestabilizado aún más la nave empresarial, que en los últimos años ha visto triplicar sus gastos operacionales.

La compañía está incursa en causal de disolución debido a su patrimonio negativo y muy pocas millas la separan para su eventual declaratoria de quiebra. Hasta ahora bajar costos ha sido el primero y único paso interno para paliar la crisis. Se redujo de 15 a 13 la flota de aviones y se reprogramaron las operaciones para optimizar las rutas, lo que daría pié a la realización de vuelos nocturnos a ciudades como Quibdó, Puerto Asís y Corozal.

Pero está claro que Satena no puede revivir ni sostenerse por su propia cuenta y que el empujón para sortear la crítica situación deberá llegar de afuera. Por eso, en el trazado de alternativas para recobrar la forma y volver a niveles de auto sostenibilidad, la compañía tiene que batirse en tres frentes de batalla. Con los proveedores de las aeronaves, para reperfilar la deuda agravada por el dólar, a fin de liberar recursos de caja y mejorar liquidez. Ante el Gobierno Nacional, a través del Compes, mediante la subvención del 73% de los destinos sociales -estimada en $28 mil millones anuales-, lo que le permitiría amortizar las pérdidas que deja el subsidio de la operación. Y frente el Congreso de la República, donde se contemple la aprobación de un proyecto de ley que autorice nuevamente su capitalización, en este caso por $120 mil millones.

El panorama presenta tales niveles de alarma que solamente la consecución y armonización de este proceso de acciones podría evitar el aterrizaje forzoso de la aerolínea y le garantizaría a las regiones apartadas del país -donde el acceso efectivo del Estado es escaso, el desarrollo social y económico anémico, la topografía compleja, los estándares de seguridad bajos y la infraestructura vial deficiente- seguir disponiendo, al menos, de un servicio de conectividad aérea.

En el mercado aéreo nacional Satena juega en desventaja con sus competidores privados, pues responde al compromiso de atender rutas sociales no rentables, propensas a pérdidas económicas y lejos de la filosofía de las aerolíneas comerciales para las que el negocio se define en términos de lucro y utilidades.

Conectar ciudades tan lejanas y de baja rentabilidad es obligación del Estado. Gobierno y Congreso tienen la responsabilidad de valorar -ad portas del posconflicto- si existe una alternativa mejor que recurrir de nuevo a la tabla de salvación para rescatar esta empresa que integra y hace soberanía en zonas de violencia. Volando bajo tormenta tropical, una suma de restricciones y limitaciones la tiene -otra vez- a punto de caer en picada.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5
 

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