Cataluña ante América Latina

Miguel Ángel Bastenier
04 de octubre de 2015 - 02:33 a. m.

Siempre he creído que la existencia de América Latina ha sido en el tiempo un factor modestamente disuasorio para el desiderátum del independentismo catalán; no tanto como que llegara a ser inhibitorio, pero sí que aquietaba los espíritus con la idea de que la mejor comunicación entre Cataluña y América siempre sería la que discurriera normalmente con el país catalán como parte de España.

Cualquiera que fuese su estatus político, Cataluña seguiría inevitablemente dirigiéndose a la opinión latinoamericana en castellano, porque estoy convencido de que la lengua de Cervantes no sufriría especial menoscabo e incluso mejoraría su situación actual dentro de esa eventual realidad política.

Ernest Lluch, exministro del PSOE en el gobierno de España, miserablemente asesinado por Eta, cuando ni remotamente soñaba nadie que pudiéramos vivir lo que hoy estamos viviendo, me decía que una Cataluña independiente, pasada quizá la primera embriaguez de la victoria, mimaría el castellano o español, porque no iba a cometer el error imperdonable de perderse a 400 millones de ciudadanos, con los que poseía una lengua común.

Me apresuro, sin embargo, a puntualizar que el resultado de las elecciones catalanas del pasado día 27, con la victoria en escaños de los partidos independentistas, pero derrota en porcentaje de votos (47,5 contra 52,5, partidarios del mantenimiento de Cataluña en España) no acerca ni poco ni mucho el cambio de naturaleza política de la comunidad autónoma. Declaración formal de independencia puede o no haberla, pero el Gobierno central se encargará de que no pase de la expresión de un deseo.

En toda la hispanofonía americana hay un partido pro-español, en ciertos casos la ‘derecha goda’, y otro severamente crítico, a cuenta de las toneladas de oro, plata, esmeraldas y riquezas sin detallar que los antepasados, peninsulares y criollos, se llevaron de América, pero ambos grupos son fuertemente minoritarios, en medio de una masa que proclama su básica indiferencia acerca de la suerte de nuestro país.

De los dos, el partido pro-español, en el que no faltan los intelectuales de renombre, especialmente desde que la recuperación de la democracia y el negocio editorial hicieron de Madrid la plaza ideal para la presentación de su producción literaria, es el que, lógicamente, se ha sentido más concernido por el resultado de las elecciones catalanas. Y unos cuantos nombres de peso han argumentado elocuentemente en contra de que Cataluña “se independice de América”.

El novelista colombiano Héctor Abad ya lo hizo meses atrás en El Espectador expresando su preocupación de que la independencia significara descastellanización lingüística del país; de Vargas Llosa, del que más de un español habrá olvidado ya que nació peruano, no era de esperar otra cosa; a los que hay que sumar, entre bastantes más, los mexicanos Enrique Krauze, director de Letras Libres, y el novelista Aguilar Camín, el venezolano Ibsen Martínez, los asimismo peruanos Alfredo Bryce, y el periodista Alejo Miró-Quesada. Ninguna lista hará justicia a la nombradía y sinceridad de quienes abogan por la conciliación, aunque algunas de sus inquietudes, como ver desaparecer a Cataluña del horizonte político-linguístico, puedan carecer de fundamento.

Pero en lo público-político la reacción ‘españolista’ ocurre que sería mucho menos notable. Hace ya algunos años, cuando las olas de la Diada, día nacional de Cataluña, que se celebra cada 11 de septiembre, aún no habían arrasado las playas españolas, con sus cientos de miles de manifestantes en pro de la independencia, cuatro prominentes periodistas mexicanos, que eran o habían sido directores de medios en su país, coincidieron en decir, en reuniones por separado, que su Gobierno no haría declaración de congoja alguna en caso de desmembramiento peninsular, y que esperando un tiempo a que se aquietaran las aguas de la discordia intra-española, procederían a reconocer sin especial dolor de corazón la nueva realidad política.

Y cabe pensar incluso que el Gobierno de algún país bolivariano viera no sin simpatía el troceamiento de la antigua madrastra colonial. La independencia de Cataluña representaría básicamente para América Latina un nuevo interlocutor internacional, más o menos igual de próximo de lo que entonces quizá habría que llamar “Resto de España”.

Cataluña no entraría, contando con la verosímil oposición de España, ni en la UE, ni en la OTAN, y voces expertas aseguran que hasta ingresar en la ONU llevaría su tiempo, pero América Latina tiene otras cosas de qué ocuparse. Cataluña sería una nación más del acervo hispánico, puesto que así bautizaron los romanos a la península entera: Hispania.

 

* Columnista de El País de España.

 

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