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Contingencias del Estado moderno

Francisco Leal Buitrago
11 de julio de 2016 - 08:00 p. m.

La formación del Estado Moderno en los países del llamado primer mundo fue larga y tortuosa.

Fueron tres siglos —desde mediados del XVII, luego de la finalización de la Guerra de los 30 Años, hasta mediados del XX, cuando terminó la segunda Guerra Mundial— en los que ocurrieron grandes acontecimientos cuyo trasfondo fue lograr el monopolio del uso legítimo de la fuerza por parte de esos Estados.

Entre los acontecimientos ocurridos se destacan las revoluciones inglesa —siglo XVII—, norteamericana y francesa —siglo XVIII—, que crearon los fundamentos filosóficos y políticos de las democracias liberales. También lo fueron la Revolución Industrial —segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX—, la época del imperialismo bajo el estímulo de encontrar materias primas para la segunda revolución industrial —segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX— y finalmente las dos Guerras Mundiales —1914-1918 y 1939-1945—.

El colonialismo —antes de la Revolución Industrial— y el posterior imperialismo articularon de manera violenta culturas exógenas a las nativas de otros continentes, donde se decantarían luego los países del llamado Tercer Mundo. Además de las violencias y el robo de recursos por parte de países dominantes, a través de los años se formaron imperios con nacionalismos bélicos expansivos.

Terminada la primera Guerra Mundial, los países triunfantes —a instancias de la potencia emergente, Estados Unidos— buscaron frenar las guerras creando, en 1919, la Liga de las Naciones. Luego de su posterior fracaso con la segunda Guerra Mundial —la más devastadora de las guerras—, las potencias triunfantes establecieron la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para mantener la paz mediante la diplomacia. Surgió así —a la par con el Estado moderno— el espíritu de cooperación e integración entre países, cuyo mayor éxito ha sido la Unión Europea, acompañada de una nueva era de globalización.

Luego de la disolución del largo interregno de la Guerra Fría —un mundo dividido en dos bloques liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética, entre 1947 y 1990—, vinieron años de esperanza de paz, al tiempo que se arraigaba el capitalismo en el mundo entero. Tras el terrorismo del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, la situación mundial volvió a complicarse. Las distorsiones políticas, provocadas por las innumerables arbitrariedades de las potencias a lo largo de la historia en los países dominados, comenzaron a pasar su cuenta de cobro.

El desequilibrio mundial ubicó su nodo en el Medio Oriente, cimentado por la confluencia de tres continentes, culturas milenarias, religiones monoteístas y confrontaciones armadas. Además, los países dominantes ya habían establecido, de manera arbitraria, fronteras que separaron nacionalidades, e incluso las desconocieron, como es el caso de los kurdos.

Bajo el estímulo de desplazamientos de población —y economías desaceleradas— provocados por violencias inducidas por intervenciones armadas no lejanas de Estados Unidos y países europeos —sumadas a antiguos trastornos causados por las potencias—, resurgieron en los países de lo que fue el primer mundo nacionalismos xenófobos empotrados en partidos de ultraderecha. Parecería, pues, que la actual globalización inicia el principio de su fin. El triunfo de Brexit muestra un retroceso de lo que fueron los Estados modernos, abiertos y democráticos. Incluso, países del antiguo Tercer Mundo exhiben nacionalismos extremos y, en algunos de ellos, las izquierdas retuercen principios democráticos para mantenerse en el poder.

Tratando de frenar la desesperanza, es necesario que anhelemos un mundo en el que no se descarten los largos y agitados esfuerzos de construcción de Estados modernos con democracias liberales.

 

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