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Crispación

Andrés Hoyos
20 de enero de 2016 - 02:51 a. m.

En Colombia andamos crispados, como siempre. Tanto, que si uno juzga por el tono de las discusiones de sobremesa, para no hablar de Twitter o de los pestilentes foros de los periódicos, supondría que la gente está a punto de irse a las manos.

Piénsese, por ejemplo, en la reciente venta de Isagén. Esta empresa podría haberse vendido o no, pero ese crujir de dientes que resonó en medio país es desproporcionado. Todo el proceso nada en contradicciones. Aunque el Gobierno dizque estaba regalando la empresa, había un único postor en la cola con ganas de recibir el regalo. Es un nuevo capítulo de esa vieja película de horror que nos cuenta la eterna conspiración mundial contra Colombia. Recordemos, por si acaso, la trifulca que se dio cuando se vendió la mitad de la EEB y se cedió el control de Codensa. Iba a acabarse el mundo. Ahora esta empresa es uno de los activos más valiosos de Bogotá.

Aclaremos lo obvio: Isagén sí era relativamente barata para el fondo de inversión canadiense Brookfield Asset Management, que tiene su capital en dólares. ¡Pero es que todo en Colombia se ha vuelto barato para quien tenga dólares! Entiendo, claro, que la venta crispa el ambiente porque hace parte de la carrera por las elecciones presidenciales de 2018. En efecto, los fondos obtenidos se inyectarán directamente en la vena del desarrollo de infraestructura, que es el caballito de batalla de Vargas Lleras, el incumbente. Igual necesitamos la infraestructura y no se ve otra forma de acelerar su construcción sin sufrir por el camino un estrangulamiento financiero.

Otra contradicción patente es que muchos de quienes se opusieron a la venta de Isagén, por ser la supuesta joya de la corona, son los mismos que ponen el grito en el cielo cada que se plantea hacer una represa. Las protestas intransigentes contra El Quimbo, en las cuales tiene una participación primordial la Marcha Patriótica (cercana a las Farc), son las últimas de una larga tradición. La idea subyacente es que solo una empresa estatal puede resistir la ordalía y sortear los obstáculos para lograr la aprobación de un proyecto hidroeléctrico, lo que se traduce en una mala idea: el Estado interviene porque puede hacer malos negocios. ¿Decidimos que este tipo de energía es mejor que la mayoría de las alternativas? Pues hagamos represas, con cuidado pero sin pánico.

A mí en general me gusta que el Estado sea socio, con puesto en la junta, de algunas empresas estratégicas, si bien las mineras y las petroleras son las que mejor se adaptan a este esquema de control. Una gran generadora eléctrica, que exporta poco, puede pasar a manos privadas sin que se acabe el mundo.

Argumentan algunos que la investigación nacional sobre energías alternativas se ha visto comprometida con la venta de Isagén. Pues bien, ponerla a depender de una empresa es un error y conduce a un esquema raquítico. Nuestro país está en pañales en la materia. Por ejemplo, la energía nuclear, una de las mejores, aquí no tiene dolientes. No olvidemos que el petróleo y el gas baratos, cuyos bajos precios influyeron en el de Isagén, son pésima noticia para la mitigación del cambio climático. El dilema es sencillo: se necesitan hidrocarburos caros para acelerar el desarrollo de las energías alternativas. La forma más virtuosa de encarecer los hidrocarburos es cobrar un impuesto a la emisión de GEI. Pero no, de eso no se habla porque la crispación solo permite la indignación con lo inmediato.

andreshoyos@elmalpensante.com

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