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De la frivolidad a la infamia

Beatriz Vanegas Athías
09 de agosto de 2016 - 04:03 a. m.

No nos digamos eufemismos, no salgamos con argumentos maquillados de altruismo en una supuesta defensa de los valores familiares. Empecemos por el principio:

Primero, la mayoría de los colombianos todavía no se han sintonizado con la avanzada Constitución del 91 que hoy nos rige, y por ello, su chip responde al siglo XIX. Bien jovencita que es la Constitución Política de nuestro país para cambiar los imaginarios de la godísima, excluyente y católica Constitución de 1886. Así que aún hoy es un plus para la mayoría de escuelas y colegios en todo el país, ofrecer educación bilingüe y cristiana. Basta con observar los nombres de infinidad de colegios que pululan: Colegio del Rosario, Las Betlemitas, Sagrado Corazón de Jesús, Madre del Buen Consejo, Santa Teresita, Colegio San José y así, al  punto de que son más, los santos de la Iglesia Católica que dan nombre a nuestras escuelas y colegios, que los de escritores, artistas y científicos.

Segundo, un país cuyos colegios son en su amplia mayoría católicos, se asumen de inmediato como guetos. Esta condición no es declarada de manera pública, pero está implícita en la doctrina que promulga el amor al prójimo, toda vez que sea heterosexual, blanco y de excelentes condiciones económicas. Allí no serán bien recibidos ateos, budistas, hijos de madre soltera o los llamados bastardos –hasta hace treinta años-, indígenas, islamitas. Y hasta principios de los noventa, era una verdadera angustia que una persona negra se incorporara a un plantel privado o de las élites. Y ni pensar los padecimientos que sufriría una niña marimacho o un niño afeminado como despectivamente se les llama.

Tercero, en este contexto nuestros maestros han sido maleducados.  Yo que soy maestra, he visto cómo son forzados los jóvenes gays a practicar fútbol, cuando lo que desean es estar leyendo, dibujando, jugando ajedrez o sólo estar conversando. He visto el padecimiento de la niña que es obligada a lucir un vestido y a encaramarse en los antinaturales tacones, aunque desee llevar sus tenis y cómodos vaqueros. He escuchado cómo en nombre de Dios se les pone en mano de sicólogos y siquiatras para que se les quite lo homosexual. Y de los trans ni hablar, ellos ni siquiera cuentan, para ellos, la invisibilización más infame. La nada existencial.

La falta de educación de nuestros maestros desemboca en la frivolidad que los aqueja. Y de la frivolidad a la infamia no hay sino un paso. No viajan siquiera a través de los libros, porque para ellos, es decir, para los muchos maestros que han replicado sin pudor la mentira de las cartillas pornográficas que supuestamente quiere imponer el Ministerio de Educación; para ellos, los mismos que acompañarán la marcha de la senadora Vivian Morales y de la diputada santandereana, el mundo gira en torno al único referente bibliográfico: La Biblia. Un hermoso y clásico texto literario, usado por cristianos fanáticos como arma para excluir, castigar, sembrar el miedo y la infamia.

 

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