Del cuerpo y el alma

Piedad Bonnett
21 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

El periodista Edward Stourton acaba de revelar en un programa de la BBC la existencia de 350 cartas que durante 30 años intercambiaron la filósofa Anna Teresa Tymieniecka y Karol Wojtyla —el papa Juan Pablo II, hoy santo— y que reposan en la Biblioteca Nacional polaca.

Algunos conocedores de la vida y obra de Juan Pablo II han visto esa correspondencia como una prueba de las muchas aristas de la compleja personalidad de Wojtyla, que en su juventud hizo del teatro un arma de resistencia clandestina contra la invasión nazi a Polonia, como actor y dramaturgo del Teatro Rapsódico, y que durante su vida fue profesor de filosofía y poeta.

Sin duda debe ser muy interesante el diálogo intelectual de Wojtyla, un anticomunista y enemigo de la teología de la liberación, pero también un convencido de que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida”, y Tymieniecka, una mujer casada, madre de tres hijos, fundadora y presidenta del World Phenomenology Institute, y editora de una colección de filosofía. Pero los periodistas se han concentrado, por supuesto, en el lado más novelesco de esta historia. “Eran algo más que amigos, pero menos que amantes”, afirmó Stourton, quien también revela que en las cartas Anna Teresa parece enamorada de Wojtyla, mientras que este, que hizo con ella paseos a las montañas y no renunció nunca a este intercambio epistolar, se muestra cariñoso pero reticente.

A este tipo de relación, que limita con el amor y el erotismo, pero que reprime la consumación sexual, la llaman los franceses “amistad sentimental”, según leí en alguna parte, y puede ser muy fructífera a la hora de sublimarse en forma de epistolario. No sabemos qué pasaba en el corazón de Wojtyla, pero esta pequeña historia nos hace preguntarnos otra vez sobre el sentido del celibato de los sacerdotes. Sabemos que el culto a la castidad es herencia del platonismo, para el cual —cito a Octavio Paz en La llama doble— “el alma inmortal era prisionera del cuerpo mortal”; y que San Pablo argumenta en los Corintios: “El no casado se preocupa de las cosas del Señor (...). El casado se preocupa de las cosas del mundo; está por tanto dividido”. Pero sabemos también que el celibato es un mandato disciplinar tardío y que al no ser dogma podría revocarse. Y es que lo que en teoría suena tan bien puede no funcionar en la realidad cotidiana: negarse el amor y el sexo porque otros decidieron que esa es una forma de honrar a Dios implica mutilar cruelmente una parte de lo humano.

Sin ser la única razón, el voto de castidad explica en parte los muchos casos de pederastia de muchos sacerdotes católicos. Y la trampa que le hacen al celibato. Hace unos días en México, a raíz de la visita papal, los periodistas recordaron que un solo cura, Gerardo Silvestre Hernández, violó más de 45 niños. El excura Apolonio Merino, a quien la Iglesia otorgó una pensión después de expulsarlo por romper el celibato, declaró: “Aquí, más del 80% del clero oaxaqueño tenemos familia; es algo que muchos sacerdotes saben y yo no lo niego”. Eso se llama una realidad aplastante.

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