Hace algunos años un golpe como el que Daniel Ortega le propinó al parlamento nicaragüense expulsando a los diputados opositores habría suscitado rechazo del continente comenzado por Estados Unidos.
Esta vez solo una sensación de déjà vu, un encogimiento colectivo de hombros, una demostración patente del acelerado retroceso de la democracia liberal como forma aceptada de gobierno a lo largo y ancho del planeta. El sistema democrático basado en la voluntad popular, la división de poderes, la prominencia de partidos políticos, parece ser víctima del “principio de Peter”: llegó a su nivel de incompetencia, incapaz de reinventarse, enfrentar los desafíos del mundo actual y superar sus propias falencias.
La erosión del Estado de bienestar, la cada vez más lacerante desigualdad, la desesperanza de las clases medias frente al futuro y un sistema financiero antropófago es lo que padecen amplios sectores de la población en las sociedades democráticas, especialmente en Europa presa de fuerzas centrifugas, el Brexit entre otras, que amenazan la paz, su unidad y el orden imperante desde la segunda guerra. En las nuevas democracias de Europa del este, América Latina, Asia y África reina además una imparable corrupción que succiona hasta el fondo los recursos públicos.
Los síntomas de la crisis democrática son evidentes. La aparición de “gobernantes fuertes” que a través de acrobacias jurídicas, alianzas con sectores afines, cooptación de los poderes, restricciones a la libertad de prensa, eliminación de los partidos políticos y persecución de opositores, dan origen a una nueva estructura del Estado en la que se enquistan en el poder con un mensaje mesiánico. A los Chávez de nuestro medio les han salido decenas de clones por doquier, unos ya en el poder, otros como Marine Le Pen en Francia esperando su turno y cuyo faro son Vladimir Putin y Xi Jinping.
La crisis de la democracia amenaza el orden liberal que se había medio afianzado en el planeta desde el fin de la guerra fría, dando paso a un orden caótico, exacerbado por el declive de Estados Unidos como hegemón. Las declaraciones del Donald Trump respecto a la OTAN y los tratados de libre comercio constituyen una doble carga de profundidad contra el actual sistema de seguridad global y la globalización económica.
La impotencia que exhiben los organismos internacionales para enfrentar el nuevo bravo mundo del siglo XXI es síntoma evidente de la crisis de la democracia y el entierro de tercera que están padeciendo valores que se consideraban sacrosantos como los derechos humanos y la responsabilidad para proteger, que han naufragado, especialmente en Siria, ante la inacción de la ONU. En el mundo podrían resurgir las guerras entre Estados mientras que en América los organismos regionales han sido dinamitados por Venezuela.
Decía Winston Churchil “la democracia es el peor de los sistemas con excepción de todos los demás”. Pareciera que el mundo está entrando en la era de “todos los demás”.