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Democracia para la paz

María Paula Saffon
15 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.

Los análisis del plebiscito se han enfocado en explicar dónde y por qué ganó el No. Se ha dejado de lado el factor más preocupante: que la inmensa mayoría de votantes no participó.

La situación es paradójica porque uno de los objetivos centrales del acuerdo de paz es ampliar la participación. El diagnóstico de las partes es que nuestra democracia es restrictiva y poco receptiva: los movimientos sociales y los partidos débiles no tienen oportunidades equitativas de acceder al poder por falta de recursos, capacidades organizativas y acceso a medios, así como por la violencia y las trabas jurídicas. Además, la mayor parte de las decisiones relevantes se toman “desde arriba”, incluso cuando afectan al nivel local.

Las partes decidieron someter su texto a la opinión del pueblo para que, desde el inicio, los acuerdos se fundaran en y a la vez promovieran la participación. Pero esto les impidió implementar las medidas que fortalecerían la participación. Aunque puede discutirse si el plebiscito era el mecanismo más adecuado y si la campaña falló en sus tiempos y estrategia, era crucial apostarle a la ratificación para superar los escollos de la polarización y la implementación.

El problema fue que la apuesta no se acompañó de medidas para lograr que fuera la participación, y no su ausencia, la que definiera la suerte del país. Como acto de fe, los negociadores y los que defendimos el Sí confiamos en que en esta oportunidad histórica la gente votaría masivamente por ponerle fin a la guerra. Hicimos muy poco para facilitar que quienes durante décadas no han podido o querido votar pudieran hacerlo.

Subestimamos las severas dificultades físicas, económicas y legales que existen para votar. En muchos lugares, como Bojayá, la gente tiene que viajar por horas y gastar mucho dinero para llegar a un puesto de votación. Incluso donde se puede votar con facilidad, las reglas impiden que la gente registrada en un lugar pueda votar en otro, lo cual se agrava cuando, como en este caso, antes de la elección no permiten que la gente cambie su lugar de votación.

Subestimamos también lo arraigada que está la abstención, en especial en las regiones sometidas al conflicto. Allí, la abstención se convirtió en una estrategia de supervivencia para quienes temen represalias por tomar posición. Aunque el Sí ganó, la abstención fue predominante.

Subestimamos finalmente la desesperanza de los votantes frente a la posibilidad de cambio. La mayoría de personas a quienes pregunté cómo votarían me dijeron que no lo harían pues no servía de nada; los políticos definen todo y poco les interesa cambiar el estado de cosas.

La más reciente paradoja es que, tras el plebiscito y ante la posibilidad real de volver a la guerra, la gente de repente despertó. Las movilizaciones actuales expresan la esperanza que estuvo ausente durante la campaña, y que habría sido clave para lograr un triunfo amplio del Sí.

El desafío ahora es canalizar esa expresión para que queden claras sus metas y la forma como se articulan con los procesos de modificación del acuerdo. Dado que uno de los puntos menos polémicos de éste son las medidas de apertura democrática que no benefician a las Farc, podríamos promover su implementación inmediata para crear espacios de participación ciudadana en las renegociaciones, y también como prerrequisito para someter de nuevo la paz a refrendación popular.

Pero esas medidas deberían complementarse con reformas cruciales, como la obligación del Estado de garantizar el acceso a puestos de votación, el cambio del sistema de registro y el voto obligatorio o muy incentivado. Esto promovería la participación robusta que se requiere para que la democracia se ponga al servicio de la paz.

* Universidad de Princeton y Dejusticia.

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