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Desagradecidos

Tatiana Acevedo Guerrero
28 de mayo de 2016 - 02:50 a. m.

El diario El Tiempo y otros medios celebran cada tanto la entrega de libretas militares a “víctimas de la guerra”.

Con cierto orgullo se repite la noticia como una moción de autofelicitación. Todas las semanas se recitan tres mensajes al respecto. El primero recalca que la libreta se reparte como un regalo. “219 libretas militares gratis”, informa el titular. Luego se introduce algún ejemplo o anécdota que recuerde el carácter bondadoso de esta entrega: “Evercely Bocachica llegó ayer con su esposa y su bebé hasta la Universidad de Boyacá en donde reclamó su libreta militar”. La noticia (calcada de comunicados oficiales) se arma con un doble movimiento. Se presenta al muchacho en pocas líneas (“Bocachica es oriundo del municipio de Togüí y, junto con su familia, fueron desplazados de San José del Guaviare”) y luego se describe su agradecimiento con el Gobierno (“Bocachica estaba feliz, este documento —según dijo— le abrirá las puertas para conseguir un empleo y para hacer trámites”).

El segundo nos recuerda que no es un regalo que deba tomarse a la ligera. Mete la cucharada algún alto mando del Ejército y explica la magnanimidad de esta política: “No fue fácil, recibimos los censos, recopilamos la información y solicitamos al Comando de Reclutamiento la autorización para hacer la entrega gratuita de las libretas”. Se reconoce además, que a través de la tarjeta “los hombres jóvenes víctimas” entran a formar parte de la ciudadanía y deberán exhibir un comportamiento de obediencia. Según expone un coronel: “la entrega será una medida de satisfacción y de identificación para las víctimas, con un enfoque en los deberes como ciudadanos”.

El tercer mensaje que se refuerza es uno de paternalismo. Militares del alto rango parados muy solemnes, funcionarios de afán, autoridades locales y los muchachos con el brazo levantado que muestra en alto sus carnés laminados. Todos posan para el flash. Este paternalismo está basado en un consenso frágil sobre el lugar que ocupa cada cual. En las fotos que complementan las noticias muchos de los “beneficiarios” aparecen son sonrisa: no hay conflicto ni crítica posible, porque la tentación de revirar está prohibida. Cualquier rebeldía pondría en peligro el regalo mismo, que es la tarjeta.

Los muchachos, son descritos por prensa y Gobierno a como “beneficiarios”, “víctimas hombres” (o a veces como “remisos”). Las entregas realizadas en los últimos meses se llevaron a cabo en Aracataca, Cúcuta y Tunja, principalmente a sobrevivientes del desplazamiento forzado. Hombres que fueron obligados a salir de sus hogares durante su niñez o adolescencia, en un auge de la contra reforma agraria, que concentró la tierra en las cuentas de unos pocos con connivencia de agencias estatales y que empeoró (e hizo imposible) la vida en el campo y las veredas. Al sur, al norte, al oriente, en los bordes. Así, más que un regalo bondadoso, la emisión de la libreta es una obligación del Gobierno. Una medida de reparación básica, urgente, una forma de hacer menos absurda y vergonzosa la compra y venta de libretas al por mayor para hombres de las clases medias y altas.

Sin embargo, en lugar de contar la historia de una población que exige que se haga por fin justicia, se respeten sus derechos (se les trate como a iguales), erramos el camino y preferimos (consumimos) otra narración en que la población debe presentarse como vulnerable, necesitada y pedigüeña, necesitada de los favores para recibir la benevolencia caritativa de agencias del estado.

 

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