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Desaparecidos, guerra y paz

Rodrigo Uprimny
24 de octubre de 2015 - 04:00 a. m.

En mi pasada columna invité a imaginar la paz como un antídoto a nuestra guerra perenne.

Una forma concreta de hacerlo es imaginar que el acuerdo anunciado ese mismo domingo entre el Gobierno y las Farc sobre los desaparecidos se cumple y es exitoso.

La desaparición es un crimen terrible; una persona no sólo es privada de su libertad y sometida a condiciones indignas, sino que su rastro se pierde pues sus captores ocultan su suerte. Las familias quedan destrozadas pues intuyen que su ser querido pudo ser asesinado, pero no pueden dejar de buscarlo. Todos quedan atrapados en un dolor interminable.

Los niveles de desaparición forzada en Colombia son escandalosos. Aunque no hay cifras consolidadas, las evaluaciones apuntan a que la democracia colombiana tiene más desaparecidos que todas las dictaduras del Cono Sur juntas, que son el símbolo de la desaparición forzada. Y en esta práctica han incurrido todos los actores del conflicto: el Estado, pues agentes estatales han cometido desapariciones, como ha sido documentado en numerosas sentencias judiciales. Los grupos paramilitares, que se especializaron en la desaparición, sistemática y generalizada, sobre todo de campesinos humildes, como lo han documentado las sentencias de Justicia y Paz. Los grupos guerrilleros, que no sólo han secuestrado masivamente, lo cual ya es en sí mismo terrible, sino que en muchos casos han negado cualquier información sobre la suerte de esas personas, con lo cual han incurrido también en desapariciones, como en el caso del ganadero Dario Sierra Aguilar, secuestrado en 2003, sin que su paradero se conozca.

En este contexto, el acuerdo entre las Farc y el Gobierno es un paso significativo y esperanzador. A nivel inmediato, las partes se comprometen a realizar todos los esfuerzos necesarios para esclarecer la suerte de los desaparecidos y entregar dignamente sus restos a sus familiares. Y no sólo de las víctimas de desaparición forzada, sino de todas las otras personas declaradas desaparecidas como consecuencia del conflicto, como los muertos en combate, cuyos cuerpos no hubiesen sido recuperados. Por ejemplo, las Farc se comprometen a suministrar la información que permita ubicar y entregar los restos de las personas muertas en su poder. Y con posterioridad al acuerdo, se creará una unidad especial, que no será judicial sino humanitaria, y que buscará esclarecer la suerte de las personas dadas por desaparecidas en el conflicto armado.

Una paz genuina (o así la imagino) debería implicar no sólo que no haya nuevas desapariciones, sino que, además, hayamos hecho todos los esfuerzos por que los responsables de estos crímenes rindan cuentas, la suerte de los desaparecidos sea esclarecida y sus familiares sean reparados adecuadamente y puedan (si es que eso es posible) tener un duelo digno y reconstruir sus vidas. Y a eso le apunta el acuerdo del pasado domingo. Imaginar la paz es entonces imaginar y hacer todos los esfuerzos por que este tipo de acuerdos se materialicen y cumplan.

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

 

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