Publicidad

Dulzura y poder

Javier Ortiz Cassiani
10 de enero de 2016 - 02:00 a. m.

“El dulce es muy moderno y está lleno de esclavos”, me dijo hace varios años el investigador y ensayista, profesor de la Universidad de Princeton, Arcadio Díaz Quiñones.

Aquella mañana, hablamos de la imposibilidad de comprender al Caribe sin entender la complejidad que instaura la llegada de una modernidad aferrada al mundo colonial y a la esclavitud negra, y recuerdo, con absoluta claridad, que el nombre de Sidney Mintz se mencionó en varias ocasiones.

Fue este brillante antropólogo norteamericano uno de los primeros en revelarnos el poder histórico que había detrás de la producción y el consumo del azúcar y de cómo ese producto tropical había transformado el gusto y la sensibilidad en Europa. Si algo queda claro al acercarse a la obra de Mintz, es que la modernidad del viejo continente no se puede comprender sin la producción azucarera y mucho menos sin la diáspora forzosa de población africana.

El progreso de Europa tenía color. Comenzaba con la zafra de los esclavos bajo la insufrible canícula del Caribe, pasaba por la experticia de los maestros azucareros negros que se consumían al calor de las calderas en los ingenios, y finalizaba en los salones de lectura y té de los grandes inversionistas ingleses y franceses, y en los comedores de la naciente clase obrera europea.

Sidney Mintz nos enseñó que el azúcar había sido el principal producto citado por los abolicionistas europeos de principios del siglo XVIII durante su campaña contra la esclavitud. Para entonces, aparecían en la prensa sugestivos avisos y proclamas que hablaban del sufrimiento infinito de cientos de esclavos negros por cada caramelo que un niño inglés se llevaba a la boca. El azúcar era más que una mercancía. Su consumo era también una cuestión moral, y cada vez que alguien endulzaba una taza de té, lo hacía con la sangre de los esclavos de las islas del Caribe.

Sin duda fue uno de los autores que más ayudó a mostrar esa “doble conciencia de la modernidad” de la que hablara el intelectual afroamericano W.E.B Du Bois, y retomada posteriormente por Paul Gilroy. La misma que hizo que a Haití, como lo muestra Alejo Carpentier en El Siglo de las luces, la declaración de los derechos del hombre arribara en el mismo barco que la guillotina. No sobra decir que a Francia había llegado con la Revolución Francesa.

La obra de Mintz se caracterizó por mostrarnos la capacidad de agencia y transformación de los hechos cotidianos, aparentemente anodinos. Además de revelarnos “el lugar del azúcar en la historia moderna”, elaboró sesudos análisis sobre la importancia de la comida en la construcción del sentido de libertad en la población negra esclava. Dentro de la lógica de rentabilidad y reducción de costos, el plantador otorgaba parcelas a los esclavos para que cultivaran sus propios alimentos. Estos espacios se convirtieron en referentes para la convivencia familiar y comunitaria, para la construcción de mercados propios, para el intercambio de productos, saberes y sabores, para la construcción de una gastronomía propia con incidencia también en los gustos culinarios de los amos, y en potenciales laboratorios de libertad. Mientras se alimentaban, los esclavos no sólo saboreaban la comida, saboreaban también la libertad.

El pasado 27 de diciembre, en la víspera del año nuevo, el hombre que nos enseñó todo esto, murió. Tenía 93 años. Nos dejó toda una vida de conocimiento.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar