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El beso

Beatriz Vanegas Athías
03 de mayo de 2016 - 03:27 a. m.

Hay una tristeza de reo en los hombres del Caribe.

Una tristeza cuya cárcel son los barrotes de una masculinidad vivida a punta de represiones y de construcciones culturales que impide ser a mujeres y hombres. Ahora que Poncho Zuleta, ícono de la cultura caribeña (y hasta colombiana, me aclara con indignación el taxista que me llevaba hasta mi casa) ha permitido de manera efusiva que el mediático Silvestre Dangond le dé un beso, un pico, como dicen ahora, una confusión de imaginarios y prejuicios invaden las redes sociales y los cantantes son la comidilla de seguidores y detractores: “Eso que lo hagan los rockeros, pero Poncho”

Entonces las preguntas que me hago son estas: ¿Quién tiene derecho a la unión de los labios como una manifestación de cariño en los pueblos del Caribe? Cuándo dos se besan en el Caribe, ¿Sólo besa la mujer? ¿Quién besa a quién? En esa confusión rampante de vincular los afectos al sexo, a lo genital, muchísimos hombres del Caribe se pierden del acto de gozar y ser espontáneos porque hay que defender una hombría que impide la expresión de un sentimiento amoroso entre hombres. Un sentimiento que no necesariamente implique ser rotulado como homosexual.

Porque en ese Caribe bullanguero que nos han vendido como una verdad inquebrantable, los hombres machos son felices juntos. Se admiran hasta el delirio, fundan cofradías, editoriales, tertulias, grupos esquineros para jugar dominó y cartas; los he visto reunirse para gozar con las ocurrencias humorísticas de un amigo: la complicidad en toda su dimensión. Y está, cómo no, la parranda. Momento sublime en que florece el abrazo desinhibido y el beso a flor de ron. Pero muy a su pesar, deben proteger una cultura falocéntrica y atrabiliaria; deben proteger los barrotes de una cárcel construida a punta de imaginarios cristianos que imponen la suavidad y la ternura para la mujer y el avance sexual y tosco, para el hombre.

Dos hombres besándose ¿Qué es eso? Los besos de un hombre en el Caribe son para su mujer o para las dos o tres amantes que se precia de sostener, sino en la misma ciudad o pueblo, si en varios de ellos. Besos para un amigo: ¡Jamás! No vaya a ser que les quede gustando como me dijo el taxista, hay que salvar la hombría porque así lo dispone Dios. Y mientras se salva la hombría, se limitan los afectos a los predios meramente reproductores y sexuales.

Me dirán que exagero, que estoy atrasada en más de tres décadas. Debo decir a esto que ahí están Poncho Zuleta y Silvestre Dangond (símbolos de un folclor cuyo protagonista es el macho) demostrando ante miles de personas que no es necesario ser homosexual para demostrarse cariño y admiración, que se puede querer más allá de la relación genital, lo que pasa es que desde niños, eso está rotundamente prohibido por esas tierras que siempre sobrellevan la vida con la máscara de la felicidad.
 

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