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El dolor por Orlando

Mauricio Albarracín
15 de junio de 2016 - 04:43 a. m.

Un día, un rumor llega a tu puerta: mataron 50 personas en una discoteca gay de Orlando y la primera reacción es la incredulidad. Cuando se puede ver con los propios ojos aquello que parece una historia de horror, vienen preguntas llenas de pesadumbre.

Un ataque así siempre es interrogativo. La mente y el cuerpo se quedan paralizados un rato. Luego se activan la imaginación y los recuerdos. ¿Qué gay, lesbiana, bisexual o trans no recuerda una noche llena de complicidad en una discoteca? ¿Acaso no fue una discoteca -Stonewall Inn- donde la gente en Nueva York se enfrentó contra el abuso policial? ¿No fue también El Dorado, un local gay en Berlín, uno de los sitios que los nazis cerraron por inmoral y donde posteriormente establecieron una sede de la muerte? ¿No fue por casualidad que los cuarenta y un maricones fueron detenidos el 18 de noviembre de 1901 en una redada policial contra una vivienda particular en la ciudad de México? Atacan nuestras fiestas porque allí celebramos la vida, nuestro orgullo y la libertad ser quienes somos.

El asalto fue a una discoteca con 300 personas en los albores del mes del orgullo LGBT. Sus rostros y sus nombres nos hablan de lo cercano que eran a nosotros: Stanley, Amanda, Oscar, Rodolfo, Antonio, Darryl, Angel, Juan, Luis, Cory, Tevin, Deonka, Simon, Leroy, Mercedez, Peter, Juan, Paul, Frank, Miguel Angel, Javier, Jason, Eddie, Anthony, Christopher, Alejandro, Brenda, Gilberto, Kimberly, Akyra, Luis, Geraldo, Eric, Joel, Jean Carlos, Xavier, Christopher, Yilmary, Edward, Shane, Martin, Jonathan, Juan, Luis, Franky, Luis y Jerald. Quienes cayeron esa noche disfrutaban de salsa, reggaeton, hip hop, en suma, una noche latina. Era en la Florida, tan cerca de América Latina, tan latina como su nombre. Sus edades hablan de jovialidad y espíritu fiestero. Las dos parejas de novios que murieron juntos nos recuerdan el amor, como el de una madre que fue de fiesta con su hijo, lo abrazó para protegerlo de las balas y murió. Un joven escribió a su mamá un último mensaje: “mamá, te amo”. Una despedida de un hijo devoto a su familia hasta el último minuto y que se fue demasiado pronto. Jóvenes, gays, latinos. ¿Cómo sentirse ajeno a este hecho?

Para algunos este ataque puede ser producto de un “loco” o un “terrorista”, pero la realidad es más compleja. El odio crece en silencio como la mala hierba. El Estado y la sociedad muchas veces toleran estos matorrales de prejuicios y mentiras, que un día destruyen un jardín. Eso fue lo que ocurrió el sábado pasado: el odio -encarnado en el atacante- entró en la escena global para recordarnos nuestra vulnerabilidad. El mensaje que nos quiso enviar con sus balas es que no somos bienvenidos. Que este mundo no es para nosotros. El atacante reivindicó al Estado Islámico –un vínculo aún en investigación– e inmediatamente vienen a nuestras mentes los reportes de homosexuales tirados al vacío en horribles crímenes de los cuales sabemos poco, ni siquiera conocemos bien los nombres de las víctimas ni las circunstancias en que ocurrieron los hechos.

Esta masacre está llena de preguntas y de símbolos. Pero principalmente produce mucho dolor. Todas las muertes duelen, más aún, cuando se ven de un solo golpe 50 cuerpos asesinados de hermanas y hermanos, el dolor se concentra y se hace casi impronunciable.

Este dolor no puede traducirse en resentimiento ni venganza. La comunidad LGBT tiene una larga historia de lucha por la justicia y debemos volver a nuestra propia tradición alegre y solidaria para hacer frente a los retos de la violencia que hoy se plantean globalmente. Uno de ellos es el control de armas y con ello el mantenimiento de la paz. El otro es el fundamentalismo religioso y el impacto que produce en nuestras comunidades. Mientras el primero se relaciona con los instrumentos de la violencia, el segundo se relaciona con la ideología que promueve y justifica la acción armada.

La vulnerabilidad de las víctimas nos recuerda nuestra propia vulnerabilidad, pero la solidaridad del mundo nos recuerda que no estamos solos. Somos vulnerables, pero estamos juntos y rodeados por nuestras comunidades. Esa es nuestra fuerza que debe ayudarnos a traducir el dolor en acción, las lágrimas en orgullo.

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En memoria de las víctimas esta noche, 15 de junio de 2016, a las 7 pm en el parque Lourdes de Chapinero se encenderá una luz contra la homofobia. Oprima aquí para ver más información del evento

*Investigador de Dejusticia. malbarracin@dejusticia.org Twitter @malbarracin

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