El exilio y la Historia de un oso

Reinaldo Spitaletta
01 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

La conversación con Mario Benedetti, a quien entrevistaba en 1985 para un diario de Medellín, derivó en simbologías y representaciones del exilio.

Para entonces, el poeta y narrador uruguayo, que bebió de las amargas experiencias de los que se tienen que ir de su país para preservar la vida, había construido una suerte de noción en sentido contrario: el desexilio y de cómo, tras la caída de la dictadura militar argentina (1983), se abrían las puertas del retorno para los que se habían tenido que marchar.

Para el autor de La tregua, los que se quedaron, perdieron la libertad; los que se fueron, el contexto. Y en ese aspecto, señalaba que ni unos ni otros debían hacerse reproches mutuos. Y ya en estas, comenzó a hablar del concepto de “contranostalgia” como una parte esencial del desexilio, proceso de retorno a las raíces, al territorio ancestral y la identidad.

“Así como la patria no es una bandera ni un himno, sino la suma aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros amigos, nuestros maestros, nuestros amores, nuestras calles, nuestras cocinas, nuestras canciones, nuestros libros, nuestro lenguaje y nuestro sol, así también el país (y sobre todo el pueblo) que nos acoge nos va contagiando fervores, odios, hábitos, palabras, gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías, y llega un momento (más aún si el exilio no prolonga) en que nos convertimos en un modesto empalme de culturas, de presencias, de sueños”, escribió Benedetti en un artículo de prensa.

El exilio, que para los de América Latina se tornó cotidianidad, casi paisaje, en los setentas y ochentas, producto de las dictaduras, gobiernos represivos, el avance de la ultraderecha, auspiciado por los Estados Unidos, como sucedió, por ejemplo, con el Plan Cóndor, vuelve a la palestra de lo actual, ya no como una realidad de desventuras, sino como metáfora, gracias a un cortometraje chileno, Historia de un oso, ganador del Oscar a mejor corto animado. Chile, que padeció la dictadura del general Augusto Pinochet, fue uno de los países del Cono Sur que más exiliados tuvo en aquellas calendas de horror.

A propósito de los Óscar, en su velada de premiación se escucharon palabras, como las de Leonardo Di Caprio, en contra de las transnacionales y el sistema que ha provocado irreparables daños al planeta, y las del mexicano Alejandro González Iñárritu contra el racismo. Y en ese marco, los chilenos Gabriel Osorio y Pato Escala, mediante una hermosa metáfora, recorrieron en diez minutos los significados del exilio no solo en su país sino en América Latina, con un oso robado por un circo y sometido a una disgregación familiar y a la tristeza permanente.

La historia, con sonidos de cajitas de música, de tiovivos y reminiscencias infantiles, es de un oso solitario (los osos parecen estar de moda) que construye un diorama como una posibilidad de que la memoria no se pierda y de que la tragedia ocurrida no quede del todo en esa impunidad tremenda, que es la del olvido.

Pero, según el director, la pequeña narración visual, de exquisita construcción, va más allá: tiene que ver con la historia de su abuelo (Leopoldo Osorio), militante del Partido Socialista, que en 1975, tras dos años de prisión en su país, se tuvo que exiliar en Inglaterra.

Y aunque el espectador desconozca estos antecedentes, que están ligados al derrocamiento de Salvador Allende y la dictadura de Pinochet, la historia está tejida con una honda y delicada representación de la libertad, los encadenamientos y represiones. Es una historia política, sin que la política sea evidente, pero sí atraviese el corto. Hay (como lo advierte el nieto cineasta) una condensación de lo vivido por los presos políticos, los desaparecidos y exiliados del régimen pinochetista.

Apreciar la intensa cortedad de esta historia, puede provocar en algunos espectadores un retorno a la infancia, pero, al mismo tiempo, una dolorosa sensación de lo perdido y jamás recuperado. Con apariencia de juguete, el filme, que utiliza lo artesanal en una mezcla con tecnologías avanzadas, es otra posibilidad para la imaginación y la reflexión política.

Ah, y volviendo a Benedetti, que usó la palabra desexilio por primera vez en su obra Primavera con una esquina rota, y que en 1985 pudo retornar a su patria, el escritor decía que “el exilio es el aprendizaje de la vergüenza y el desexilio, una provincia de la melancolía”. 

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