El fin de la raza humana

Julio César Londoño
14 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.

La Global Challenges Foundation, un organismo que estudia problemas que afectan al mundo en general y a la especie humana en particular, acaba de publicar un informe sobre el “problema cero”, el fin de la raza humana.

El documento Global Catastrophic Risks enumera y analiza los eventos que pueden ocasionar la desaparición del hombre, o al menos una disminución considerable de los sujetos de la especie (para los sociólogos y los epidemiólogos, un evento catastrófico es aquel que afecta un 10% de la población, o más).

Estos eventos son: una guerra atómica, el cambio climático, una pandemia (una epidemia mundial), un suceso natural (tsunamis, terremotos, volcanes, meteoros) o un cataclismo orquestado por una inteligencia artificial.

El riesgo de la guerra atómica y las pesadas nubes del invierno nuclear que lo seguirán siempre han estado en la baraja de lo posible. La última vez fue en 1995, cuando los radares rusos confundieron un cohete meteorológico con un misil nuclear. Para completar, los códigos de seguridad del sistema de defensa ruso, la clave del botón del fin del mundo, estaban en el maletín de un borracho. Boris Yeltsin alcanzó a enviarlos, pero el mundo se salvó de la hecatombe porque un ingeniero decidió chequear de nuevo el “misil” y no tocó el botón.

A los terroristas se les hace agua la boca imaginando una criatura que reúna la resistencia del virus H5N1, la volatilidad del ántrax y la letalidad del gas sarín. Algo así puede estar incubando en este momento en la cabeza de un terrorista piadoso, o nacer por accidente en el laboratorio de un biólogo cristiano.

El fin del mundo por efecto de la voluntad de una inteligencia artificial es, por lo pronto, un escenario de ficción: buena parte de la actividad humana está regida por unos pocos computadores conectados en paralelo. Este sistema controla el tráfico aéreo y terrestre, la economía, las fuentes de energía y las ayudas diagnósticas, y está programado para salvaguardar la vida en planeta. Es como la conciencia del mundo. Una inteligencia tal puede concluir, sin necesidad de muchos cálculos, que el hombre es un peligro para el equilibrio de la biósfera. El peligro. Entonces lo eliminará con un virus o una explosión nuclear. O lo enloquecerá quitándole su juguete más caro: la web.

A mí me asusta más la brutalidad artificial: que del laboratorio de un ingeniero genético delirante salga el “engendro final”, una legión de clones cuyos cerebros reúnan, con fina para-sinapsis, la sensibilidad de Uribe, Maduro, Trump y Boko Haram.

Los desastres naturales derivados del cambio climático y el desarrollo no sostenible están garantizados. La discusión está en la fecha. Para los ambientalistas radicales, el fin está a la vuelta de la esquina. Antes de 100 años, aseguran, la Tierra dejará de ser habitable para la especie humana. Para otros, los optimistas, el planeta aguanta por los menos dos siglos más.

Las encuestas han encontrado que el final de la raza humana solo les preocupa a los miembros de la cohorte 30-45 años. A los menores de 30 los tiene sin cuidado porque los jóvenes son inmortales, como nadie ignora. Los viejos fingen preocuparse, pero en realidad les encanta la idea de que su muerte coincida con el fin del mundo. No hay nada más insoportable que el pensamiento de que el mundo va a seguir girando y la gente divirtiéndose después de nuestra muerte. 

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