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El Heine de Pretelt

Carlos Villalba Bustillo
26 de julio de 2016 - 02:00 a. m.

En su sesión plenaria del 12 de abril, el Senado definió la suerte del magistrado Pretelt.

Le negaron media docena de recusaciones dilatorias, pero el expresidente de la corporación, Luis Fernando Velasco, visitante asiduo del investigado, aprovechó la salida de muchos senadores sospechosos de antipretelismo para que se eligiera la comisión que le salvara el pellejo, misión que quedó a cargo de tres uribistas y un conservador. A pedir de boca. Se vieron caras de júbilo.

Al Congreso le resbala su desprestigio y en cada legislatura acumula más escoria de la que ha producido en cinco décadas de decadencia, porque sus flamantes padres, los antiguos y los recientes, saben que son indispensables para que este fracaso que es Colombia sobreviva en democracia, con más carga participativa y mayor margen de pluralismo ahora que las Farc entren a la feria de las urnas y los escrutinios.

En el Congreso la conducta punible de un aforado siempre va acompañada de una arbitrariedad política. Allí no se valoran los hechos, sus antecedentes y las pruebas recaudadas. Pretelt es conservador y es uribista, título suficiente para que José Obdulio Gaviria hallara, en la nulidad de su proceso, el atajo donde resucitar al mártir de Fidupetrol.

No había otra forma más cobarde de empacar la solución. A Pretelt no se le procesó por una astucia minúscula de adolescente crápula, sino por el escándalo más estrepitoso de la Rama Judicial en 200 años de historia. Pidiendo la nulidad de lo actuado no se prevaricaba y se le ayudaba con igual eficacia, permitiéndole que completara su período mientras la Comisión de Acusación reanuda los trámites.

En nuestro medio, cualquiera que sea el estrado, el debido proceso es más lo que alcahuetea que lo que garantiza. Los vicios de procedimiento arrollan a los bienes jurídicos tutelados por el Código Penal. Pero hay que comprender a José Obdulio. Si solicitaba que se absolviera a Pretelt, o que se archivara su expediente, caía en manos de la Corte Suprema. Con la babosada de la nulidad, en cambio, de ideólogo del uribismo y de oráculo en la sombra de su propio jefe pasaba a ser (mal menor) el Heine Mogollón de Jorge Pretelt.

La división de los uribistas entre los partidarios de Óscar Iván Zuluaga y los de Carlos Holmes Trujillo tendría fórmula sustitutiva en el binomio Alejandro Ordóñez para presidente y Jorge Pretelt para vicepresidente. A Ordóñez se lo ve con un libro sugestivo de Azorín, El político, y a Pretelt con otro muy ilustrativo sobre Guzmán de Alfarache, El pícaro. Dos manipuladores eméritos del surrealismo político nacional a un tiro de coronar su embarque hacia la gloria.

Desde el exilio, Andrés Felipe Arias y Luis Alfonso Hoyos acuñarían, con ingenio malicioso, logotipo y eslogan para la campaña. El logo lo formarían una O y una P siamesas, cubiertas por una C y una D a cuyos lados sonrían Álvaro Uribe, con la mano en el pecho, y David Barguil, con los dedos en V de victoria. El eslogan serían tres palabras de un impacto sobrecogedor: “Moral ante todo”. Contra la impunidad de los terroristas, la Santísima Dualidad de un misionero de la disciplina y un apóstol de la justicia.

Ya veremos a Ordóñez hablar en las plazas con la arrogancia de aquel sacerdote de Persépolis que encarnó la grandeza de Persia, y a Pretelt, forrado de cinismo, obrar con la diligencia del primer pretor de tutelas que designó Marco Aurelio sin esperar otro provento que el de merecer la gratitud de los protegidos.

 

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