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El omnipresente Google

María Elvira Bonilla
25 de octubre de 2015 - 10:04 p. m.

Este motorcito de búsqueda llamado Google, tan útil como perverso, sirve para ubicar la mesa de votación, recordar el número del candidato o candidata a edil o concejal y elegir entre la avalancha de opciones en unas elecciones unipersonales que han superado a los decadentes partidos políticos convertidos en una vergonzosa fábrica de avales. Así que de nuevo se necesita de Google para salir a votar.

Porque la vida, sin duda, ya no puede concebirse sin internet, pero tampoco sin Google. Es práctico, sí, pero complicado también porque tara. Terminó sustituyendo el hábito de la lectura, arrebatando la necesidad de leer libros completos para entender, y a los papás solucionándoles las tareas de los niños. El periodismo terminó atestado de datos fáciles y descontextualizados por cuenta de la practicidad de la herramienta, que termina creando la falsa ilusión de un conocimiento universal al alcance de cada quien. La reacción inmediata ante cualquier inquietud o preocupación, incluso para enfrentar el resultado de un examen médico y anticipar un diagnóstico, o para solucionar problemas o superar cualquier traba cotidiana, está en Google, al que se accede sólo con una palabra.

El buscador ha borrado la posibilidad de la duda, del interrogante, del “no sé”, tan sano para el funcionamiento de la mente y fundamental para frenar la delirante omnipotencia humana. Se ha llegado a tal extremo que ya existe la iglesia de Google, con página web (http://bit.ly/1OZX2FD), una secta de fanáticos dedicados a defender a Google como el nuevo dios. Celebran el 14 de septiembre como su fiesta, el día en el que se registró oficialmente el reconocido buscador.

Los seguidores del googlismo tienen mandamientos, oraciones basadas en el padre nuestro y argumentos para adorar a Google. En uno de sus enlaces se pueden encontrar las instrucciones para ser un líder, pastor o evangelista de la nueva adoración que defienden con estos argumentos:

Google es lo más cercano a una entidad omnisciente, pues tiene anexadas más de 9,5 billones de páginas web.

Google es omnipresente: virtualmente está presente en todo el mundo al mismo tiempo.

Google es inmortal, durará por siempre.

Google crecerá al infinito. Google recuerda todo: el sitio almacena cada dato en servidores gigantes que permiten subir pensamientos y opiniones que quedan guardados para siempre en internet, aún después de la muerte de quien los escriba. La información que allí se encuentra la puede aprovechar el que quiera y está al alcance de todos. Y recuerdan algo más drástico aún: la palabra “Google” es más buscada que los términos “Dios”, “Jesús”, “Buda”, “cristiano”, “islam”, “budismo” y “judaísmo”, todas juntas. La fuerza de Google es evidente y cotidiana. Si creer es ver, dicen, entra a google.com y experimenta su poder.

El poder de volver lo profundo superficial y lo complejo estúpidamente simple. Millones de seres humanos atrapados por el mágico buscador y que van perdiendo la capacidad de preguntarse, dudar, pensar, convencidos de que la información reemplaza el buen juicio.

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