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El principio de Pitufina

Beatriz Vanegas Athías
09 de marzo de 2016 - 05:12 a. m.

El Principio de Pitufina, así en la ficción, como en la vida, fue postulado por la historietista estadounidense Alison Bechdel quien lo incorporó hace 30 años en una tira cómica, a propósito de la preeminencia de personajes hombres en las historias narradas en el cine.

De acuerdo a este principio para que una película no fuese clasificada como machista (no quiere esto decir sexista) tenía que aparecer en ella, al menos dos personajes femeninos trascendentes y que esos dos personajes femeninos tuvieran una conversación sobre algo que no sea un hombre.

Debo confesar que madrugaba a ver (en blanco y negro) las aventuras de Los Pitufos. Me identificaba con Pitufo Gruñón y con Pitufo Filósofo. Cuando el brujo Gargamel creó una Pitufina sensual y fatal con el fin de que sedujera a los pitufos para atraparlos finalmente, no tuve paz hasta que un bebedizo de Papá Pitufo la transformó en una de los suyos, es decir, una Pitufina que de un malévolo atuendo negro, pasó a una rubia y luminosa cabellera. Nunca imaginé que ese inocente programa era una temprana imagen del orden en el que habría de vivir.

Por ello empecé a ver como normal el reiterativo cuadro de las parrandas que se armaban en las puertas de la casas de aquel Caribe que celebraba (y aún lo hace) el calor y las penas interminables, con ron y cerveza fría. Y ¿qué veía? Pues una rueda inmensa de hombres abrazándose, acompañados de una o dos mujeres y una tercera que servía la comida a los tomadores. Y por la tarde vuelta a ver Las tortugas Ninja y Los Muppets donde la escasez de personajes femeninos proliferaba.

Formados desde este modelo, no es anormal que sean dieciséis los miembros del Gabinete del Presidente Santos y sólo cinco mujeres lo conformen. Conviene preguntar ¿Cuántas mujeres integran el grupo negociador de ambos bandos en La Habana? Conviene reflexionar sobre los encuentros de poesía y festivales literarios donde se materializa en la atmósfera el tamaño de los egos y se observa cómo los escritores hombres, arman carpa aparte y sólo dialogan con sus admiradoras, escasamente conversan con sus pares escritoras.

Al estudiar el canon poético y narrativo colombiano del siglo XX se observa cómo estaba poblado por poetas hombres en grupos y generaciones como Los Nuevos, Piedra y Cielo, Los cuadernícolas, Mito, El Nadaísmo, la Generación sin nombre. Y los antólogos instauran que cada momento poético configura una constelación de poetas hombres sólo acompañados por tres osadas mujeres poetas: Emilia Ayarza, María Mercedes Carranza y Piedad Bonett. Y así se enseña en la Escuela y en la Universidad.

Es cierto que desde la mitad del siglo XX cuando las colombianas pudimos ir a la escuela y ejercer el voto, las cosas han mejorado. Pero el panorama continúa plagado de gruñones, fortachones, perezosos, egoístas, vanidosos, filósofos y golosos Y debería ser enriquecido con Pitufinas menos de decorado y más Pitufinas heroínas.
 

 

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