El taller literario de Borges

Columnista invitado EE
07 de octubre de 2016 - 03:00 a. m.

Hay conversaciones en las que quisiéramos haber estado.

Diálogos que cambiaron la historia, charlas inútiles que hicieron feliz a un vago, parloteos que encantaron más por su ritmo que por su trama. Bien, pues yo hubiese querido estar en una conversación con Jorge Luis Borges, y entre lo más cercano que puedo tener a eso, si no sus propios cuentos, está la transcripción de una vieja cinta magnetofónica del escritor en la Universidad de Columbia.

Este encuentro, por poco olvidado en alguna bodega neoyorquina, salió publicado en la forma del libro El aprendizaje del escritor (Sudamericana). En él se navega fugazmente por los universos de la ficción, la poesía y la traducción, y aunque pueden subrayarse postulados sobre cómo pensar las bases de un texto, lo más interesante es la invitación de Borges a que lo desafíen, a que critiquen un poema aunque otros digan que es perfecto.

También me siento voyerista, interesada en subir las enaguas de un cuento para ver su maderamen, como el caso de El otro duelo. Descubrir así que el argumento se basa en una broma. Y que la broma hace más cruel lo que ya es. El cuento, apunta Borges, se sostiene en su trama y la novela en el carácter de sus personajes y en la relación entre ellos.

Más allá de la generosidad del escritor de compartir sus trucos literarios, como “simular que no sé nada sobre muchas cosas, de modo que el lector crea en las otras”, se detiene en un punto crucial: “la invención circunstancial”. El gran truco, entonces, está en inventar circunstancias probables, verosímiles, y no necesariamente reales. Cosas que la imaginación del lector crea, más que entienda, porque “a veces la realidad es difícil de creer”.

Alguien en ese diálogo podría preguntar cosas tan tontas como importantes: ¿qué es la inspiración? Y Borges respondería que la inspiración es sentarse a escribir y saber “que ese algo preexiste”. Como el “asalto de la poesía”. Me gusta la idea de una irrupción: una imagen se toca con otra momentáneamente. Como decir que nuestros dedos se tocan, pero sólo ligeramente, como con las uñas. La luna de los dedos.

Cuando se lee conversar a Borges, queda una impresión de modestia, como si él no hubiese hecho nada especial, como si este oficio fuera más bien una enfermedad sin remedio —“yo no elijo mis propios temas, ellos me eligen a mí”— y la única forma de deshacerse de ellos es escribiéndolos. Borges lo llama “el mal hábito de escribir” y por tanto su pretensión es mínima: “el deber de un escritor es ser un escritor”.

Por: Juliana Muñoz Toro.

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