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El valle nato

Gonzalo Silva Rivas
09 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.

El tango, el mariachi o el flamenco no solo son símbolos musicales reconocidos en el mundo, sino expresiones culturales de atracción turística.

 En Argentina, Uruguay, México y España forman parte de su identidad nacional, se resisten a recorrer los umbrales del otoño y se convierten en permanente motivo de atracción para viajeros, interesados en explorar aquellos lugares donde nacieron las historias que inspiraron sus aires populares para imbuirse entre su torbellino de letras y sonidos.

Como estos célebres géneros abundan muchos más. La samba brasilera en la región del Recôncavo bahiano, el fado portugués, el canto a tenore propio de la cultural pastoril Cerdeña, la ópera tibetana y el famoso khoomei mogólico o canto de la garganta en China. Todos ellos recibieron el mismo sello de la Unesco que los declara y protege como instrumentos representativos del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y gracias a su interés se conservan, y difunden el espíritu vivo de sus comunidades, haciéndoles el quite a los nuevos ritmos musicales.

El vallenato tradicional colombiano alcanza este mismo propósito y se coloca en las grandes ligas universales de la riqueza inmaterial cultural. El reconocimiento que acaba de recibir por parte del organismo internacional impone responsabilidades al gobierno en todas sus escalas y a los actores populares que trabajan por la misma causa, y deja en sus manos la obligación de investigarlo, conservar su acervo, proyectarlo y consolidarlo como un ritmo autóctono.

Al folclor vallenato le vienen sonando acordes fúnebres tras la ausencia de los grandes juglares y el abandono de su creatividad narrativa. La versión comercial, cercana de las discotecas pero lejana de las inolvidables parrandas, acabó con su poesía y lo transformó en una melodía insulsa, plana y reciclable. Las disqueras le apostaron a la trivialización y a la comercialización, y los márgenes de las utilidades sepultaron la literatura. Habrá que revivir a Leandro Díaz, Rafael Escalona, Alejo Durán, Juancho Polo, Calixto Ochoa y Adolfo Pacheco, y para ello será necesario formar camadas de grandes cantantes y acordeoneros que se salgan del atajo y le devuelvan su rumbo.

Dentro de los ocho reconocimientos que la Unesco le ha dado al país para la preservación de importantes manifestaciones culturales -como las procesiones de Semana Santa en Popayán y el Carnaval de Negros y Blancos en Nariño- figura uno otorgado hace cinco años a las músicas de marimba y los cantos tradicionales del Pacífico Sur. Otro ritmo autóctono que circula por la vía del descenso, a la espera de que las autoridades nacionales y de las áreas representativas del litoral respondan a sus compromisos de apropiar el reto entre las comunidades para ponerlo a sonar.

Al folclor vallenato le corresponde asumir el desafío de regresar a sus primarias raíces mestizas y campesinas. La de los trovadores, juglares y decimeros que a través de crónicas magistrales le cantaban de manera sencilla y espontánea a la cotidianidad lugareña, bajo el ritmo acompasado de acordeones, cajas y guacharacas.

La oferta turística colombiana tiene en sus manos un nuevo y caracterizado producto para diversificar su atractivo mercado cultural. Se encuentra por esas tierras donde crecen silvestres los sones, paseos, merengues y puyas. Allá en la Provincia, entre el Cesar, la Guajira, Magdalena y Bolívar; es decir en el corazón de la comarca caribeña, donde el folclor, con más de una veintena de manifestaciones, es la nota diaria.

El vallenato tiene terreno ganado con su internacionalización y su largo siglo de historia. Es un efectivo exponente de ese realismo mágico que promueve el Gobierno en su comercialización turística. “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo, que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”, solía decir García Márquez. En Cien Años de Soledad el nobel lo puso en las virtuosas manos de Aureliano Segundo, quien -para infortunio de su mujer Fernanda del Carpio- ganó la rifa de uno de ellos y lo disfrutó durante media vida con su amante Petra Cotes.

El anuncio de la Unesco sirve de espaldarazo para treparlo en el escenario universal y, sin duda, el turista sabrá diferenciar muy bien entre el gomoso y chiveado vallenato de discoteca y de casetas públicas –el que no arruga sentimientos- y el legendario ritmo del Valle de Upar: es decir, el valle… nato. 

gsilvarivas@gmail.com - @GSilvar5

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