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Elie Wiesel

Marcos Peckel
06 de julio de 2016 - 03:11 a. m.

Terezin. República Checa. La muerte de Elie Wiesel me sorprendió en Berlín, camino a Terezin –Theresienstadt–, el campo de concentración en las cercanías de Praga, a donde fueron deportados desde Danzig mis abuelos maternos en 1941 y de los cuales no se volvió a saber nada.

“Nunca olvidaré esa noche, la primera noche en el campo, la cual convirtió mi vida en una larga noche... Nunca olvidaré aquel humo. Nunca olvidaré las caras pequeñas de los niños, cuyos cuerpos vi convertirse en espiral de humo bajo un silencioso cielo azul… Nunca olvidaré ese silencio nocturno, el cual me privó, para toda la eternidad, del deseo de vivir. Nunca olvidaré aquellos momentos en los cuales asesinaron a mi Dios y mi alma y convirtieron mis sueños en polvo…”. Elie Wiesel, quien sobrevivió a los campos de Auschwitz y Buchenwald, fue instrumental a través de su prolífica obra literaria en la construcción y preservación de la memoria del Holocausto, por lo cual en 1986 fue galardonado con el premio Nobel de Paz.

Por décadas los sobrevivientes de los campos, incluido Wiesel, no hablaron de los horrores que allí padecieron, quizás por sentimiento de culpa por haber sobrevivido cuando tantos de sus compañeros de cautiverio sucumbieron, quizás por temor, quizás porque nadie les creería.

La construcción de memoria colectiva es un complejo ejercicio social que comienza por diferenciar entre historia y memoria. La primera se lee desapaciblemente en los libros de texto, la segunda penetra el ADN de las naciones, pueblos, regiones, etnias y colectivos humanos y permanece allí por generaciones. La memoria no se construye sólo con los testimonios de las víctimas. Se requiere igualmente la versión de los victimarios y cuando estas no coinciden, queda plasmado el “conflicto de memorias” que impide la construcción de una única.

La memoria del Holocausto, hoy componente básico del ADN judío, se cimenta, entre otros, sobre la unidad de versión entre víctimas y victimarios, la aceptación y pedido de perdón por parte de Alemania, para quien su responsabilidad es componente esencial de su propia memoria histórica.

Elie Wiesel, Primo Levy, Jean Amery, Ana Frank y otros muchos, dejaron un legado vital no sólo para el pueblo judío sino para la humanidad toda. De no ser por sus testimonios, la historia del Holocausto, los horrores de los Campos, la deshumanización, “la muerte de la muerte” como lo denominó Primo Levy, no se conocería con la crudeza que caracterizó a la mayor de las barbaries en la historia del hombre.

En momentos en que nuestro país se apresta a dejar atrás la guerra de más de medio siglo, la construcción de la memoria histórica se convierte en uno de sus principales desafíos, sobre el cual Elie Wiesel proyecta una importante luz.

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