Se equivoca la izquierda petrista si piensa que limpieza y orden van de la mano con el clasismo.
Orden, limpieza y espacios públicos para todos y por igual: no hay ninguna razón para suponer que la gente menos acomodada de la ciudad deba conformarse con menos.
La inseguridad que viene con el desmadre visual y auditivo, sea real o percibida, tampoco tiene que ser un lamento exclusivo de las encopetadas señoras de bien. El derecho a una ciudad bonita no es un patrimonio del norte. La estética también puede ser revolucionaria. Hay liberación en un parque limpio y seguro, con aire fresco y sin postes y árboles pegoteados con pendones y pancartas. La cacofonía destemplada del perifoneo también es reaccionaria.
La oposición al actual alcalde tiene que revisar algunos de sus supuestos más arraigados. Y esforzarse. Complotar entre varios para repetir que “Peñalosa quiere que Bogotá sea un club” no es serio. Y tampoco chistoso. Como grafiti bien valdría una gruesa capa de pintura blanca.
Las contradicciones de quien pregona la cicla y lo verde pero al mismo tiempo se burla de los ambientalistas y sus conceptos están ahí, se pueden frotar al margen de los insultos más obvios. Hoy fue la reserva Thomas van der Hammen, devaluada a conjunto de potreros en un tecnicismo desvergonzado. Pero ayer el turno fue para los Centros de Atención Móvil a Drogodependientes (Camad), sobre los que no hubo un gran debate con los afamados especialistas que viatican en el cómodo marco de la crítica a la guerra contra las drogas.
Si a los “drogodependientes” los quieren sacar de la Bogotá humana, lo mismo ocurrió con la prostitución en el centro. Ejemplos hay más: Peñalosa está en la tarea maratónica de embellecer la ciudad. El orden y la limpieza seguirán su curso, como lo argumentó en campaña, pero el ejercicio modernizante seguirá adoptando visos de proyecto higienista. Hacia allá es que toca enfilar los esténciles.