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Enrique Santos, “culpable”; Santiago Uribe, “inocente”

Cecilia Orozco Tascón
16 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

Incluso a los servidores públicos que padecen de egocentrismo y del corrosivo mal de la prepotencia se les exige una cuota de pudor y cordura para no desquiciar a la sociedad en que actúan.

Lastimosamente para el país, en Colombia tenemos muchos ejemplares que se olvidan de su condición de pasajeros del poder y hacen un daño institucional que no se puede reparar en años. Uno de los que se come el cuento de su importancia por sí y no por su cargo es Alejandro Ordóñez quien aparece hasta en la sopa: al despuntar el día, su voz irradia en cuanta emisora haya; la página de la Procuraduría amanece dedicada a su figura; a media mañana, vemos las fotos y videos de sus presentaciones; a la hora del almuerzo, la llegada espectacular de sus camionetas blindadas, el despliegue de sus 15, 20 rambos por la acera que va a pisar y, luego, su descenso del vehículo con caminado lento, mano estudiada que cierra el saco con dos dedos, paso de reyezuelo y barbilla arriba para mirar desde su altura a los lambones que se le acercan; en la tarde, el infaltable discurso para criticar porque sí, porque no o porque quizás, al presidente, a este ministro o a aquel, a la Corte Constitucional, al fiscal general, a las mujeres que quieren abortar, a los médicos que las atienden, a los notarios que casan parejas gay, a los gay que considera enfermos, a los pacientes que usan marihuana; por la noche conspira contra el orden constitucional que juró proteger, en cenas ofrecidas en su honor por los que avivan su vanidad haciéndolo creer —mientras lo usan— que él es el Hombre. Y antes de acostarse, nos deja con la advertencia terrorífica de que le quitará la cabeza al que le venga en gana.

En las últimas horas, Ordóñez, desde el Olimpo, le preguntó públicamente a Juan Manuel Santos por qué el periodista Enrique Santos está en Cuba y si el hermano del presidente puede ejercer funciones públicas. Concluyó con una sentencia atronadora: “la paz no da para tanto”. ¿Qué querrá decir? ¿Que el hermano de quien ejerce la primera magistratura de la Nación está impedido de sentarse a conversar con los opuestos del Estado que negocian abiertamente con este, en un acto de civilización (pactar en vez de matar) avalado por el mundo? ¿Cuál es el delito, la falta disciplinaria o el pecado contra la ética en que estaría incurriendo Enrique Santos para que el procurador le caiga encima?

La doble moral no tiene vergüenza: ¿No fue Alejandro Ordóñez el que pidió, hace apenas unos días, libertad para el detenido hermano de un expresidente de la República al que se investiga desde hace 20 años (¡20 años!) por crímenes gravísimos, homicidio agravado y concierto para delinquir? ¿No fue este mismo procurador el que, sin conocer el expediente o, más bien, desconociéndolo, “falló” en menos de dos horas que a Santiago Uribe se le vulneraron los derechos y garantías fundamentales? ¿Por qué Santiago Uribe es considerado “una persona con arraigo social y familiar, por lo que no hay lugar a su posible no comparecencia al proceso” y el periodista Enrique Santos, cuya conducta jamás ha sido cuestionada por juez alguno, es culpable de antemano? Que se sepa, el periodista Santos “nunca se ha comportado de una manera que demuestre algún deseo de evadir la acción de justicia”, argumento con el que Ordóñez oficia de defensor de Santiago Uribe de cuya vida —en cambio— sí ha habido dudas judiciales. Finalmente, ¿de qué es sospechoso el exdirector de El Tiempo? Si el hermano de un expresidente es inocente, solo por serlo, ¿por qué el hermano de otro mandatario es culpable, solo por serlo? ¿Por el delito de pensar diferente al procurador? Que Dios nos proteja de este sujeto si logra cumplir su ambición de ser mandatario en 2018.

 

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