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¿Es la música literatura?

Héctor Abad Faciolince
16 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.

Uno de los grandes escritores nunca laureados con el premio Nobel, Jorge Luis Borges, recordó en uno de sus ensayos una idea de Walter Pater: “todas las artes aspiran a la condición de música”.

Y, para definir la música, Borges recurría a otra cita: “es una lengua que podemos usar y entender, pero no traducir.” De hecho nunca oímos en traducción las sonatas de Beethoven, pero las entendemos y, sobre todo, las sentimos. Como la poesía usa tanto la musicalidad de las palabras (su sonido, sus acentos, su longitud, sus asonancias y rimas), las traducciones poéticas suelen ser las más difíciles y las más decepcionantes.

Cualquiera que sepa cantar y recitar de memoria sabe que es mucho más fácil recordar una canción que un poema. El añadido musical, el auxilio de un ritmo y una melodía, son una ayuda mnemotécnica. Basta tararear pocas veces la letra de un bolero para cantarlo sin equivocarnos; la letra de una poesía en verso libre se fija con más esfuerzo. Por este motivo es posible que la poesía, quizá el arte verbal más antiguo, antes de la invención de la escritura, fuera prevalentemente no solo oral, sino también musicalizada, cantada. Cantar la poesía (cantos homéricos, cantares de gesta, trovadores, juglares) era una manera de transmitirla y preservarla bien en la memoria colectiva de un pueblo. Lo mismo ocurre en la cultura popular (generalmente iletrada): cantar una copla es una manera de preservar la letra.

En este sentido, si nos atenemos a la antigüedad de los cantos poéticos, sería fácil encontrar los antecedentes más ilustres para el Premio Nobel de Literatura concedido esta semana al cantautor Bob Dylan. Aunque no sepamos exactamente cómo se cantaba la Odisea, lo más probable es que esta se haya preservado bien gracias a que fue cantada durante siglos antes de ser finalmente trasladada a la escritura.

Así pues que premiar con el Nobel de Literatura a un cantante, más que un anuncio del futuro, parece más bien un regreso al pasado, a los orígenes populares y juglarescos de la poesía. Pero, ¿es eso lo que entendemos hoy por literatura? Creo que no; creo que premiar algo que (pese a la indudable calidad de algunas letras de Dylan) se apoya y se ha hecho mundialmente famoso gracias al soporte de la melodía, es ampliar la definición de lo literario de un modo que, entonces, tendría que abarcar también al cine, a las series de televisión, a los youtubers. No es que esta ampliación me escandalice; simplemente me parece que enturbia las aguas. Actuando así, la Academia Sueca no nos da a conocer un gran poeta, sino que se celebra a sí misma con la popularidad del premiado y con la alegría de sus millones de fans reivindicados.

El problema de las canciones como fenómeno literario es que sin el sostén de la melodía la mayoría de sus versos contemporáneos (leídos sin música) resultan banales, llenos de ripios que no se notan cantados, pero sí en el silencio de la lectura. No dudo que una canción de José Alfredo conmueva hasta las lágrimas, si se oye con su voz y su mariachi, pero leída no produce el hondo efecto emotivo y estético de los grandes poemas. Bob Dylan es un gran artista que combina música, letra y compromiso (antes político y ahora cristiano), y por esa combinación ha recibido reconocimiento, fama, dinero, premios por centenares. Pero el aspecto netamente literario (que es letra, palabra) de su ejercicio artístico es muy inferior a lo que consigue un gran poeta. Así mismo los grandes guiones de cine, leídos sin el auxilio de las imágenes, la música y los buenos actores, suelen tener también un déficit literario, precisamente porque otras artes (fotografía, actuación, música, escenografía) suplen o complementan lo que las palabras no alcanzan.

Gocé en mi juventud la música de Dylan, y sus viejos álbumes todavía me encantan. Pero este premio solo le añade confusión a un mundo ya confuso. Este premio alegra más a los fans de la música popular que a quienes amamos la lectura (“escuchar con los ojos”) y los libros.

 

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