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¿Es la paz un problema?

Oscar Guardiola-Rivera
31 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.

Pregunté a la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, su opinión acerca del juicio político abierto en contra de Dilma Rousseff.

Se dice que la presidenta de Brasil ha sido tratada de manera diferente por los hombres que la juzgan no solo y no tanto por el calibre de sus decisiones políticas o económicas, sino por ser mujer. Esta cuestión tiene poco que ver con valores tibios como la tolerancia en sociedades diversas; más genérica e importante es la pregunta que deriva del hecho de que las mujeres (como los negros, los indios y los pobres) son tratadas las más de las veces como un problema, y no los hombres blancos, los ricos y los eurodescendientes.

“Es una manifestación seria de algo a lo que me he referido antes”, respondió la primera ministra este sábado tras expresar su acuerdo con quienes dicen que tras la legalidad aparente del juicio a Rousseff se esconde una motivación brutal, cercana a la deshumanización que expone al otro a la fuerza de los torturadores y condena a poblaciones enteras. “Las mujeres son tratadas de manera diferente. Se nos juzga de acuerdo con criterios diferentes cuando se alega, las más de las veces con base en falsedades, que hemos decidido de manera errónea. Casi siempre el castigo impuesto es más brutal y el procedimiento menos dispuesto a entender o escuchar. Es un hecho. La pregunta es: ¿qué hacer? En parte, se trata de que la presencia de mujeres en posiciones de liderazgo y poder aparezca como algo normal”, afirmó Sturgeon.

Durante la pasada década y media, Latinoamérica alcanzó el mayor porcentaje de mujeres líderes en el mundo. Pero el trato diferencial dado a las líderes de Brasil o Argentina sugiere que no es ese el criterio de normalidad al que Sturgeon se refiere. También Colombia, donde la guerra y la reacción se han ensañado con inquisitorial celo en contra de las mujeres, trátese de quienes han sufrido la violencia sexual como arma de guerra y permanecen anónimas o de casos tan notorios como los de Íngrid Betancourt y Piedad Córdoba. Este es quizás el principal reto del proceso de paz que ha entrado su etapa más difícil con la feliz y, para quienes hemos vivido vidas enteras enmarcadas por la guerra, casi increíble noticia de la firma del acuerdo entre el Gobierno y las Farc y el cese al fuego ordenado por los respectivos comandantes, todos hombres.

Normalidad es rehumanizar al enemigo, a los pobres, los negros, los indios, y las mujeres. “Pero no podemos chasquear los dedos y hacer que ello ocurra”, como observó Sturgeon. Se requiere de un verdadero proceso de liberación que implica propósito, deber y razones. Enfocar nuestra energía en lo que queremos llegar a ser y entender que no bastará con la simetría de las leyes. Hay que dar lugar a que en el lugar del otro lo ético emerja.

 

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