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Europa se descose

Marcos Peckel
02 de marzo de 2016 - 04:33 a. m.

Quizás fue la ambición extrema de crear un supraestado en el que todos fueran felices y comieran perdices, una entidad que enterraría para siempre las diferencias que por siglos causaron devastadoras guerras en su seno.

O ha sido quizás la creencia de que los nacionalismos pertenecen a un pasado superado por la sociedad de consumo. O quizás la buena intención de que un pasado común crea un futuro común o que geografía y destino son lo mismo. O simplemente que la historia no es lineal como se quisiera, y a lo largo y ancho del camino aparecen baches, desvíos, abismos y cruces para los cuales no se está preparado, que las fórmulas de antaño ya no funcionan con los ingredientes del presente.

O todas las anteriores. La crisis que azota a Europa es un monstruo de mil cabezas que no ha encontrado respuesta efectiva por parte de sus miembros y, por el contrario, está generando fuerzas centrífugas en que cada Estado hala para su lado amenazando con romper el núcleo central.

La crisis económica que estalló en 2008 no ha sido superada y actualmente se cierne una posible recaída. La avalancha de millones de refugiados que comenzó el año anterior no amaina, genera conflictos entre estados de la periferia, construcción de muros y vallas, temor ante lo que los refugiados, en su mayoría musulmanes, podrían representar para el tejido social europeo y una sensación generalizada de que a Europa y a sus instituciones les ha quedado muy grande este problema.

El terrorismo islámico que ha golpeado especialmente a Francia, también a Bélgica y Dinamarca, pone en evidencia los potenciales problemas de seguridad que enfrenta Europa, mientras que en el Este la debacle de Ucrania desnudó la inhabilidad del continente y su brazo militar, la OTAN, para detener a Putin, el nuevo zar, envalentonado tras sus aventuras en Georgia, Crimea, Siria y con sus ojos puestos en los países bálticos con su numerosa población de origen ruso y pasado soviético común.

Pero el golpe de gracia a la Unión Europea podría llegar con el referendo en Gran Bretaña convocado por el primer ministro David Cameron para junio de este año, tras haber extraído un polémico acuerdo con Bruselas que les otorga a los británicos un estatus especial dentro de la Unión. Tras 43 años de membresía, Inglaterra no ha superado el debate de “si ser o no ser” parte de Europa. Las consecuencias de una victoria de los que proponen la salida podrían ser catastróficas para la misma Inglaterra y Europa, y reverberaría en todo el mundo.

El Schengen y el euro, símbolos del europeísmo, tambalean. Millones de ciudadanos europeos alienados con los sistemas políticos, los partidos tradicionales y las longevas élites están a la búsqueda de nuevas alternativas en lo económico, lo político y lo identitario. El Viejo Continente pareciera entrar en su etapa senil. ¿Aparecerá la droga mágica?

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