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Festival de verano en Caño Cristales

César Rodríguez Garavito
15 de abril de 2016 - 02:13 a. m.

Cuando los historiadores escriban la crónica del gobierno Santos, dirán que el acuerdo con las Farc fue su gran logro y el abandono del medioambiente su gran lunar.

Y se preguntarán por qué no vio la conexión entre una y otra cosa: entre la paz territorial que proponen con acierto sus negociadores en La Habana y la paz ambiental en esos mismos territorios, sin la cual aquella no es posible.

Ya éramos el país con el segundo número más alto de conflictos ambientales en el mundo. Ahora se desata una nueva ola por decisiones del vicepresidente, el ministro del Ambiente, el director de la ANLA y las autoridades mineras. Esta semana fue la insólita licencia petrolera alrededor de Caño Cristales, contraria al principio legal de precaución y las voces de las autoridades y comunidades locales, que saben —porque lo han visto en municipios vecinos— que el petróleo es flor de un día pero no sus efectos ambientales y sociales. En otra punta del país, científicos como Sandra Vilardy prenden la alarma sobre el plan de Vargas Lleras de pavimentar de nuevo los manglares de la Ciénaga Grande. No muy lejos, las comunidades de San Martín (Cesar) protestan contra la decisión apresurada del Gobierno de autorizar el “fracking” en su territorio, sin estudios ni guías ambientales confiables.

Lo que tienen en común estos lugares es la combinación de riqueza natural y violencia, que comparten con la mayoría de municipios donde se jugará la suerte del posconflicto. Como lo mostró un informe del PNUD, en Colombia se sobreponen el mapa de las guerras y el de la puja por los recursos naturales. Alrededor del mundo, en el último cuarto de siglo, 18 conflictos armados internos se han perpetuado por disputas sobre el petróleo, los minerales y otros recursos que generan rentas rápidas y cuantiosas.

Eso es lo que puede pasar si la exploración petrolera convierte a la Macarena en un nuevo Puerto Gaitán, cuyos festivales de verano cortesía de Pacific Rubiales están frescos en la memoria de los pobladores de Caño Cristales.

Lo de la Macarena encapsula dos decisiones políticas que tendremos que asumir los colombianos si queremos una paz duradera. La primera es tomar en serio la voz de los gobiernos y las comunidades locales que han sufrido la violencia y defienden los recursos naturales, mediante mecanismos como las consultas populares y los planes de manejo territorial. La segunda es apostarle a la economía del futuro, que no es la del petróleo y los minerales depreciados y volátiles, sino la de la innovación y la conservación ambiental. Ese es el camino que tomaron países como Costa Rica o estados como Nueva York y California, que prohibieron las economías extractivas más perjudiciales o inciertas (como el fracking o la minería de oro a cielo abierto) y están avanzando hacia economías verdes.

La paz territorial es la del ecoturismo exitoso que se viene consolidando en la Macarena. Lo otro serían los festivales de verano con Silvestre Dangond y las barcazas de chicas Águila sobre la aguas multicolores de Caño Cristales. Verano eterno, cuando se acabe el agua.

* Director de Dejusticia. @CesaRodriGaravi

 

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