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Fuego sobre Incendios

Juan David Ochoa
14 de mayo de 2016 - 11:07 p. m.

Cae fuego retórico sobre los incendios políticos con el reciente exabrupto del expresidente peligroso.

Aunque la razón principal del juego retórico y mediático del Uribismo sea siempre desviar la atención del último escándalo de sus bastiones, y aunque la intención de la reciente bomba aventurera de su discurso sea apagar el incendio de los papeles de Panamá por los hijos consabidos, la frase vulgar que se lanzó esta semana llamando a una resistencia civil contra el proceso de La Habana no deja de ser otra dinamita más en la estructura psíquica de un país instintivo, que ante los llamados de sus figuras paternales, en pura fragilidad y desorientación entre pasados y futuros desconocidos, puede terminar repitiendo otro capítulo salvaje entre los siglos exhaustos.

La vulgaridad de la frase allí, resonando en los tímpanos de las añoranzas que hace 16 años suspiraban con la misma sintonía de la Casa Castaño, preparando los nuevos terrenos del odio partidista, atragantado en la derrota sin otra opción en la historia que su resistencia al progreso que ya es. No deja de ser irónico que al final de la misma semana de la frase insólita se haya definido la ruta para blindar jurídicamente los pactos del proceso.

El uribismo, sin embargo, juega todas las cartas de su profesionalismo publicitario enviando a los debates televisivos y radiales, para calmar el justificado miedo de las altas esferas de la opinión, a su figura más retórica, más delicada, más jovial e igual de peligrosa por su misma frialdad teórica ante lo injustificable, Carlos Holmes Trujillo.

En ese tono de pausa y de caballerosidad ha pretendido explicar con abstracciones lingüísticas de catedrático hegeliano lo que resulta evidente. Dice que la invocación a la resistencia civil es un llamado al sostenimiento de lo que han venido haciendo en sus demostraciones públicas de oposición; dice que las palabras están enmarcadas en el cerco exclusivo de la diplomacia, y dice que no hay diferencia entre la reciente invocación a las viejas marchas y protestas ¿por qué entonces el concepto nunca antes usado y con tintes de rebeldía frontal de Resistencia civil? ¿Por qué ese énfasis en palabras más agudas en una oposición ya encarnizada y ciega contra todas las opciones negociadas al fin del conflicto? Por más que quiso salir entre las ramas retóricas y abiertas de lo argumentable, Trujillo no pudo explicar la causa de un tono que, entre la pólvora acumulada del resentimiento, puede acabar en un desmadre civil por la evidente falta de conocimientos civiles sobre el término “resistencia” en una historia en que la palabra tiene connotaciones temerarias y que ha usado el Establecimiento justamente para estigmatizar desde el prejuicio de la barbarie. Trujillo y su secta saben que en la cotidianidad de un analfabetismo atizado por ellos mismos, las palabras no son entendidas con la misma pausa de whikys con que se discute la universalidad del tiempo en otros ámbitos sociales, y sabe que en la ya acumulada sobredosis de desprecio, solo hacen falta pocas incitaciones para que la retórica tome carácter práctico en la disposición del odio, y sabe que en los tiempos precisos en que se lanzan semejantes tronamentas, no van a tener exactamente recepciones diplomáticas.

Pero ni aún el uribismo en pleno sabe muy bien qué significan las palabras conjugadas en ciertos contextos. Intentan defender, en cuanto pueden, y porque no pueden hacer lo contrario, los entusiastas disparates de un ex mandatario con nostalgia del golpe de las botas sobre el suelo, con la pena que debe producir el frío del poder cuando se va perdiendo en otros eras.

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