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Fuerza Brasil

Javier Ortiz Cassiani
14 de mayo de 2016 - 04:14 a. m.

Mientras muchos celebran que Dilma Rousseff haya sido separada de su cargo por 180 días, los movimientos sociales que la han acompañado siguen de pie a su lado, advirtiendo que la lucha no ha finalizado, que no se ha dicho la última palabra.

Un día antes de dejar la silla de la Presidencia, Dilma estuvo en una convención política de mujeres en Brasilia. Se sintió, seguramente, en su escenario natural mientras recibía aplausos y frases de apoyo.

De sus críticos, algunos con sensatez, admiten que ella no se ha metido un peso en el bolsillo, pero dicen cobrarle la corrupción en su gobierno y la crisis económica que enfrenta Brasil. Sin embargo, quienes ahora son sus jueces, están en su mayoría enfrentados a la justicia por procesos de corrupción. No tienen la altura moral para tal empresa, pero han emprendido un bacanal de invocaciones a Dios, la familia, la patria, y los militares torturadores de la dictadura. Dicen condenar la corrupción que ellos mismos alimentan, pero de fondo están motivados por los ideales de una derecha corrupta y patriarcal.

Si Dilma fuese hombre seguramente tendría que vivir el mismo enjuiciamiento, pero los ataques no estarían cargados de la misoginia destructiva que se ve hoy. Imágenes sexistas y vulgares —imposibles de describir– demuestran las limitaciones argumentativas de los que hoy atizan el fuego de su juzgamiento.

Hacían apuestas. Algunos aseguraban que una vez separada del cargo, Dilma se rendiría. Quizá olvidaron que a esta mujer la torturaron para que confesara la ubicación de su compañera y jamás lo hizo. Soportó con estoicismo que le sacaran los dientes a golpe y le desencajaran la mandíbula. Fueron, al menos, 20 noches de vejámenes. Siempre guardó silencio.

Carece Dilma del encanto político que les sobra a muchos políticos corruptos y esa falta de gracia no le hace bien en estos días que es juzgada por graciosos y carismáticos que acuden a valores populistas.

Para algunos las razones que motivan la destitución de Dilma están fundamentadas en la corrupción, pero desconocen la complejidad del juego. Complejidad que apenas se revelará poco a poco. Que quizá significará la llegada de unos tiempos tristes para las clases populares brasileñas, en el que habrá un enorme retroceso en las políticas sociales, en el reconocimiento de los derechos, en los escenarios de participación ciudadana, en el derecho a la protesta, en las reformas democráticas.

Allí vuelve la imagen de Dilma. Una fotografía de Ricardo Amaral que salió a la luz pública solo hace cinco años. Una muchacha delgada con el cabello corto, sentada con los brazos sobre los muslos. Las manos juntas. Al fondo los militares que la juzgan se cubren el rostro. De allí la mandarían al calabozo donde sería torturada una y otra vez. Eran tiempos de dictadura. Para algunos, aquellos días vuelven para Brasil, apenas que ahora se disfrazan de democracia. Nuevas formas de golpe de Estado.

Lo que ocurre en Brasil no ocurre contra Dilma. No es ella la que peligra. Lo que está en juego es el destino democrático y social del país. Es la fuerza de los movimientos sociales la que está llamada a levantar la voz para no perder los terrenos ganados.

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