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Fusiles míticos

Columnista invitado EE
23 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

El acuerdo que se firme en La Habana transformará al país si pone fin a la violencia política.

Por: Iván Garzón Vallejo

O dicho de otro modo, si hace posible un consenso nacional pendiente: en una sociedad democrática nunca se justifica el recurso a la violencia para obtener propósitos políticos. Pero la firma del acuerdo será ineficaz si nuestras élites intelectuales, sociales y religiosas siguen creyendo que acá ha habido una violencia mala y otra no tan mala, si no renuncian a una visión romántica de la lucha armada.

Para esta visión, el recurso a la violencia es anecdótico o una opción justificable por razones políticas, morales o religiosas. Esta lectura del conflicto armado quedó reflejada en algunas publicaciones de estos días a propósito de los 50 años de la muerte de Camilo Torres Restrepo (1929-1966) en un combate entre el Ejército y el Eln.

Aunque no se puede reducir la vida de Camilo Torres a los meses que perteneció a la guerrilla ni soslayar sus contribuciones académicas y sociales, tampoco puede considerarse su ingreso al Eln como una anécdota intrascendente. Menos aún cuando su condición de sacerdote y aristócrata le imprimieron a la naciente guerrilla una dosis de legitimidad carismática que aún persiste.

Que no se trató de algo anecdótico lo prueba, entre otros, algún texto escrito de su puño y letra: “todo revolucionario sincero tiene que reconocer la vía armada como la única que queda”. La resolución de sus últimos días, superadas sus dudas tempranas, contradice la idea de que no era partidario de la violencia: “Desde las montañas de Colombia pienso seguir la lucha con las armas en la mano, hasta conquistar el poder para el pueblo”.

En este sentido, es difícil sostener que las guerrillas libraron una guerra justa contra el Estado en una sociedad que en los60 elegía a sus gobernantes democráticamente, contaba con organizaciones sociales y sindicales y un Partido Comunista operando legalmente. Y aún si hiciéramos un balance muy crítico de los años del Frente Nacional es contraintuitivo argumentar que las guerrillas llevan medio siglo librando una guerra justa no contra una dictadura sino contra una democracia.

Esta visión romántica de la lucha armada parece inspirar a quienes sostienen que Camilo Torres se fue al monte movido por el altruismo y para dar testimonio de Cristo. No sólo no se requiere ser teólogo para saber que el Evangelio condena expresamente la violencia, sino que la declaración Libertatis Conscientia advertía, años después, que a causa de la creciente gravedad de los peligros implicados en el recurso a la violencia, la resistencia pasiva era un camino más acorde con los principios morales de la Iglesia.

Sin embargo, esta visión romántica de la lucha armada nos advierte del tipo de relatos, héroes y mitos que colonizarán las mentes incautas si nuestra memoria histórica es selectiva y guiada por sofismas que justifican lo injustificable. Una sociedad pacífica y decente, por el contrario, no justifica ni minimiza la violencia, venga de donde venga.

@IGarzonVallejo

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