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The Greatest

Daniel García-Peña
07 de junio de 2016 - 03:05 a. m.

Muchos dicen ser los más grandes, otros se lo creen, pero muy, muy pocos realmente lo son. Mohamed Alí fue uno de ellos.

Como boxeador fue genial. Flotar como una mariposa y picar como una avispa. Así describía su estilo, poco ortodoxo, vistoso, alegre, efectivo. Tres veces campeón mundial de los pesos pesados, varias de sus peleas están entre las más grandes de todos los tiempos.

Pero más que la fuerza de sus puños o la agilidad de sus piernas, desde temprana edad lo que lo destacó fue su inteligencia, la ferocidad de su lengua y sobre todo, la contundencia de sus principios. El día después de haberse coronado campeón, anunció su conversión al Islam, dejando atrás el nombre “esclavista” para tomar su nueva identidad musulmana. Esa decisión, en ese momento histórico, en ese país, lo transformó en una figura mediática de primer orden, centro de atención y controversia.

En la cima de su carrera pugilística, lo llamaron a prestar servicio militar, en plena guerra de Vietnam. Se negó, citando las enseñanzas del Corán y expresando su tajante rechazo a la guerra: “ningún Vietcong jamás me ha llamado nigger”. Fue condenado, le quitaron los títulos de campeón, el pasaporte y la licencia para boxear. Pudo haber huído, como lo hicieron miles, a Canadá o Suecia, pero decidió quedarse y dar la pelea legal. Durante tres años y medio viajó por el país hablando en contra de la guerra y en 1971, la Corte Suprema, por decisión unánime, falló a favor de su solicitud de objeción de consciencia.

Son escasas las personas que interpretan una época y a la vez la forjan. The Greatest tomó el boxeo, el deporte anti-intelectual por excelencia, y lo convirtió en una tribuna política. Su ego desproporcionado y sus frecuentes auto-halagos a su belleza fueron la encarnación de Black is beautiful. Su interpretación pacifista del Islam tuvo gran impacto y miles de jóvenes negros y algunas otras superestrellas del deporte siguieron sus pasos. Un verdadero rebelde con causa.

Alí fue rapero antes de que existiera el rap. Mientras los discursos de Martin Luther King siempre tuvieron un tono de sermón y los de Malcolm X se parecían más a una cátedra, la labia de Alí, llena de poesía callejera, le llegaba a todos los públicos y retumbaba en todos los rincones. Llevó las grandes peleas a lugares como Kinshasa y Manila, convirtiéndose en estrella mundial.

Tras ser diagnosticado con Parkinson, se dedicó a apoyar a quienes la padecen. En los juegos de Atlanta de 1996, la imagen de su entrega de la llama olímpica, visiblemente temblando pero con gran dignidad, se convirtió en inspiración para millones de personas.

En los últimos años salía poco, pero nunca dejó de estar presente. Hace solo unos meses, cuando Donald Trump propuso prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos, Alí emitió una declaración recordándoles a los líderes políticos que el Islam es una religión de paz.

En un mundo en que se suele identificar el Islam con la violencia, el mensaje de Alí es más pertinente que nunca.

¡Hasta siempre Campeón!


danielgarciapena@hotmail.com
 

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